Como somos una sociedad muy conservadora, marginamos a quienes no son heterosexuales. Cuando un familiar o un conocido es gay, lesbiana, bisexual, transgénero o de cualquier otra orientación LGBT+, solo se habla de “eso” en murmullos y en pequeños grupos. Muchos preferirían que en su familia no hubiera nadie distinto de lo que dicta la norma; pero si los hay, que se vayan a vivir lejos, donde no incomoden. Quien tiene una orientación sexual no aceptada por la sociedad puede ser despreciado y sus posibilidades sociales y laborales pueden reducirse mucho. De ahí que muchos no se reconocen como LGBT+. La hipocresía impone así sus duros mandatos, de los que pocos pueden escapar.
No es sorprendente, por lo tanto, que pocos colombianos reconozcan que tienen una orientación sexual que los hace parte de la comunidad LGBT+. Cuando Juan Daniel Oviedo, quien es gay, era director del DANE consiguió que se incluyeran en las encuestas de hogares algunas preguntas de orientación sexual de los encuestados (preguntas que aún se mantienen). Apenas 1,3 % de los colombianos mayores de 18 años reconocen que se sienten atraídos sexualmente por personas que no son del sexo opuesto. Esta es una tasa muy baja a la luz de las estimaciones que se han hecho en numerosos países, que fluctúan entre 2 % y 10 %. En Estados Unidos, según la más reciente encuesta de Gallup, 7,3 % de los adultos son LGBT+.
Tanto en Colombia como en Estados Unidos, el reconocimiento de la orientación sexual ha tenido un gran cambio generacional. Hablemos primero de Colombia: mientras que en las generaciones nacidas antes de 1965 apenas 0,5 % se reconoce como LGBT+, en la generación X (nacidos entre 1965 y 1980) el 0,9 % se considera LGBT+, entre los millennials (1981-1996) el 1,6 % se autodefine como LGBT+ y en los adultos de la generación Z (1997-2004) es el 2,3 %. En contraste, en Estados Unidos más de 11 % de los millennials y casi 20 % de los adultos de la generación Z se declaran LGBT+. Incluso en las generaciones mayores las tasas son varias veces más altas que las de Colombia. Es obvio que el cambio generacional en esta materia ha sido más rápido en Estados Unidos, sin duda como reflejo de patrones culturales muy distintos a los colombianos. Un fenómeno interesante en Estados Unidos es que en las generaciones X y más recientes el bisexualismo es la orientación más común entre la población LGBT+, especialmente entre las mujeres. En Colombia muy poca gente se declara bisexual.
En el país el reconocimiento de la orientación sexual varía mucho según la región. En las tres ciudades más grandes y en Pereira es aproximadamente 2 %, mientras que en casi todas las otras ciudades del interior está entre 1 % y 1,5 %. En las ciudades caribeñas las orientaciones sexuales diversas parecen tener un estigma muy serio: en Barranquilla solo se reconocen como LGBT+ el 0,8 % de los adultos; en las demás ciudades caribeñas, entre 0,3 % y 0,7 %.
El bajo autorreconocimiento de la población LGBT+ en Colombia contrasta con la supuesta aceptación legal e incluso social de estas personas en comparación con otros países. Entre 158 países, Colombia ocupa el puesto 18 en un ranking mundial de “aceptación de la homosexualidad” (Lamontagne y coautores, 2018). Los países nórdicos ocupan los mejores puestos. Entre los latinoamericanos, solo Uruguay ocupa una mejor posición que Colombia. Este ranking tiene en cuenta, por un lado, qué tan incluyentes y protectoras son las leyes y, por otro, qué tanta gente dice que “no le importaría tener vecinos homosexuales” y que “la homosexualidad es justificable”.
¿Qué explica la aparente contradicción entre este ranking y el estigma que parecen cargar en Colombia quienes tienen orientaciones sexuales distintas a la norma heterosexual? No lo sabemos, pero esta contradicción debe tenerse en cuenta para pensar qué tipo de políticas serían necesarias para mejorar las condiciones de vida de la población LGBT+. No se necesitan más leyes del estilo de la que creó el Ministerio de la Igualdad. Privilegiar en los programas de subsidios o en ciertos empleos a quienes se reconocen como LGBT+ no ayudaría nada a reducir las desigualdades y en cambio puede agudizar el rechazo.
Lo que se necesita, primero que todo, es que las familias reconozcan más abiertamente y acojan a quienes tienen orientaciones sexuales distintas, en lugar de mantener la hipocresía que suele rodear este asunto.