La familia colombiana se está transformando a una gran velocidad. Hace menos de 20 años eran relativamente pocos los hogares en que las mujeres eran las jefes, es decir, las que tomaban las decisiones por el hecho de ser las principales o únicas generadoras de ingreso. Entre 2007 y 2023, la proporción de hogares encabezados por mujeres pasó del 27 % al 42 %.
Esta transformación va a tener efectos muy importantes en la llamada generación Alfa (los nacidos entre el 2010 y el 2025), ya que la mayoría de ellos habrá crecido bajo la tutela más inmediata de sus madres y por consiguiente habrá absorbido más profundamente los valores y comportamientos transmitidos por ellas. Ya en 2023, más del 50 % de los colombianos menores de seis años estaba creciendo en familias con jefatura femenina (véase el gráfico). En todas partes del país una proporción creciente de menores se está criando en hogares encabezados por mujeres. Sorprendentemente, Bogotá va a la zaga en estos cambios. El Pacífico y el Caribe son las regiones donde más menores se están criando bajo la tutela de sus madres.
Entre los hogares con jefatura femenina e hijos menores de seis años, son una mayoría creciente aquellos en que la mujer no tiene pareja estable o, si la tiene, no vive con ella, y por lo tanto incide poco en el manejo diario del hogar y en la crianza de los menores.
Es muy posible que este sea un cambio favorable para el desarrollo de la generación Alfa. En una sociedad tan tradicionalista como la colombiana, existe la creencia muy arraigada de que para criar bien a los hijos es indispensable la influencia continua de un padre que tome decisiones, que imponga disciplina y que demuestre a niños y niñas sus respectivos roles: ser machito y ser sumiso, respectivamente. Desgraciadamente, ese modelo autoritario de educación reproduce los estereotipos de género que favorecen las inequidades contra las mujeres, desde la forma como se distribuyen las tareas del hogar hasta el papel que se les admite jugar en el mundo laboral y en los demás aspectos de la vida.
No es aventurado afirmar que muchas de las mujeres que hoy son cabeza del hogar lo son por decisión propia, para liberarse de sus esposos o parejas autoritarias y para poder gozar de más autonomía para criar a sus hijos de la forma como ellas creen que deben hacerlo. Es un costo enorme que muchas mujeres han decidido asumir por el bienestar de sus hijos. Por supuesto, lo ideal es que los niños se desarrollen en hogares estables donde haya relaciones de respeto y colaboración entre el padre y la madre. Pero, cuando eso no existe, y la relación es conflictiva e inestable, los chicos de esos hogares tienden a desempeñarse peor en sus actividades escolares que aquellos que viven en hogares sin padre. Y cuando sean grandes, esas desventajas académicas se reflejarán en su vida laboral y social.
Numerosas investigaciones han concluido también que el desempeño de los hijos en el colegio y posteriormente en el trabajo no sufre ningún menoscabo por el hecho de que las madres tengan que trabajar, como es el caso de la gran mayoría de mujeres que son jefes del hogar.
El matriarcado doméstico ya es un hecho en Colombia. Quizás para bien.