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¿Guerra civil en Estados Unidos?

Eduardo Lora

07 de septiembre de 2024 - 12:05 a. m.
“La clave del éxito de Trump (...) fue su capacidad de convencer a mucha gente de cosas realmente absurdas”: Eduardo Lora
Foto: AFP - Samuel Corum - Agencia AFP

El título de esta columna puede sonar delirante, pero es la pregunta que trata de responder la destacada politóloga Barbara F. Walter en el libro Cómo empiezan las guerras civiles, publicado en 2022. Su conclusión es aterradora: “somos un país dividido en facciones… que se acerca rápidamente a la etapa de insurgencia abierta, lo que significa que estamos más cerca de una guerra civil de lo que cualquiera de nosotros quisiera creer”.

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Walter llegó a esta conclusión tras analizar todas las guerras civiles en el mundo desde el siglo XIX. Las guerras civiles son bastante factibles en países donde se combinan las siguientes circunstancias. Primero, que sus instituciones democráticas hayan sufrido un grave deterioro reciente (o estén empezando a salir de una dictadura). Segundo, que la polarización política sea tan aguda que los grupos enfrentados busquen gobernar en contra de sus opositores. Y tercero, que quienes han tenido recientemente el poder y sus privilegios teman que van a sufrir pérdidas irremediables. En palabras de la autora, “cuando un grupo mira hacia el futuro y no ve más que dolor adicional, comienza a ver la violencia como su único camino hacia el progreso”.

Estas circunstancias tendrían mucha validez en Estados Unidos si Donald Trump pierde las elecciones del próximo 5 de noviembre. Con varios agravantes, empezando por las motivaciones personales del mismo Trump para evadir el veredicto de la justicia, entre otras cosas por sus intentos de subvertir la democracia el 6 de enero de 2021.

Es improbable que la derrota de Trump desate una guerra civil a nivel nacional, al menos inicialmente, puesto que Estados Unidos cuenta con una sólida estructura de seguridad que incluye fuerzas policiales estatales, la Guardia Nacional y agencias federales como el FBI. Además, independientemente de su afiliación política, la mayoría de los ciudadanos está en contra del uso de la violencia para resolver disputas políticas. Y es relevante mencionar que Kamala Harris ha dicho que en su gabinete habría un secretario republicano, un importante gesto para mostrar que –en contraste con Trump— no gobernaría en contra de sus opositores.

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Pero esto no impedirá que haya brotes de violencia política armada en algunos estados. Por extraño que suene, en 22 estados hay milicias armadas que se consideran legales, gracias a una interpretación cuestionable de la Segunda Enmienda de la Constitución, de 1791, que estableció el derecho a portar armas para que las milicias organizadas entonces existentes pudieran defender a los estados nacientes.

Las milicias actuales, que casi sin excepción son de extrema derecha identificadas con el poder de los blancos, son polvorines que pueden estallar fácilmente si reciben las señales de Trump para impedir que se declare la victoria de Harris en algunos estados donde ella haya ganado por un margen estrecho, y donde él pueda convencer a sus fanáticos seguidores de que eso ha sido así porque hubo fraude. No es descartable que algunos gobiernos estatales encabezados por republicanos les den beneplácito soterrado a esos intentos de alterar los resultados de las elecciones.

En el extraño sistema electoral de Estados Unidos, el presidente no es elegido por los votos que obtiene del público, sino a través del Colegio Electoral. Los ciudadanos votan en elecciones populares en cada estado, y cada estado tiene un número de electores en el Colegio Electoral según su representación en el Congreso (que en la Cámara de Representantes es proporcional a la población, pero no en el Senado, donde es la misma para cada estado sin importar su población). El candidato a la presidencia que gana la mayoría de los votos en un estado automáticamente obtiene el apoyo de todos los electores de ese estado (excepto en Maine y Nebraska, que usan un sistema proporcional). Se necesita una mayoría de 270 de los 538 votos del Colegio Electoral para ganar la Presidencia. De ahí se deriva el poder político de grupos reducidos de votantes en unos pocos estados relativamente pequeños donde la competencia entre demócratas y republicanos es muy pareja (los llamados swing states).

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Citando nuevamente a la autora, “la mayoría de la gente no se da cuenta de que está en el camino hacia una guerra civil hasta que la violencia se convierte en una característica de la vida cotidiana”. Un riesgo espantoso en Estados Unidos, donde alrededor del 40 % de los hogares poseen al menos un arma de fuego, y son porcentajes aún mayores en algunos de los estados decisorios en las elecciones. Hay aproximadamente 400 millones de armas de fuego en circulación, lo que supera la población del país (330 millones).

La clave del éxito de Trump en las elecciones de hace ocho años y en la movilización golpista de enero de 2021 fue su capacidad de convencer a mucha gente de cosas realmente absurdas. La campaña de Trump ya está dedicada a sembrar dudas sobre la confiabilidad de los métodos de recolección y conteo de votos en los estados decisivos. Ya tienen decenas de demandas judiciales que están listas para activarse, e incluso algunas ya se han presentado a las cortes. Como dijo una vez Voltaire: “aquellos que pueden hacerte creer absurdos pueden hacerte cometer atrocidades”. Es muy factible que Trump lo intente nuevamente si pierde las elecciones, e incluso si las gana, para intentar demostrar que ha obtenido también la mayoría del voto popular (lo que todas las predicciones descartan como improbable).

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