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En el libro La recesión mundial. El colapso del modelo único anticipé que la reactivación de la economía estadounidense no era sostenible y que el elevado crecimiento que se observaba en el segundo semestre se reduciría en el presente año a menos de 2,5%.
En las columnas recientes advertí que la recaída ya se había iniciado y tenía todos los síntomas de agravarse. En efecto, en los últimos dos meses las cotizaciones de la bolsa descendieron 20%, el crecimiento del consumo se redujo a la mitad, la producción industrial decayó y el recorte de empleos reapareció.
Curiosamente, los círculos influyentes de los Estados Unidos no han logrado avanzar en un diagnóstico comprensivo de la crisis. Los economistas prestigiosos entrevistados por la CNN anticipaban un crecimiento de más de 3,5% y señalaban que la probabilidad de una recaída era mínima. En los últimos dos reportes la Reserva Federal reiteró por enésima vez que la reactivación evolucionaba sin contratiempos.
La explicación se encuentra en varios de mis libros y la he presentado en foros nacionales e internacionales. La crisis mundial es el resultado del orden económico internacional, en el cual los países emergentes configuran grandes superávits en cuenta corriente y Estados Unidos y Europa grandes déficits.
Los ahorros de los primeros se envían a los segundos para ser colocados en la especulación. En consecuencia, Estados Unidos ha venido operando por más de 20 años con un exceso de ahorro que se cubre con la valorización de activos.
El sistema está expuesto a una permanente inestabilidad. Cuando las cotizaciones de las acciones bajan, el ahorro sube, reaparece el desequilibrio y se contrae la economía. Los estímulos fiscales detienen la caída libre y revierten el descenso de los precios de los activos, pero no corrigen la falla estructural. Tan pronto se detiene la valorización de activos o se retiran los estímulos fiscales, el andamiaje se viene abajo. Se configura la recesión de dos caídas.
El problema de la crisis mundial es teórico. Las concepciones neoclásicas según las cuales la economía montada sobre los bancos centrales autónomos tiende a la capacidad máxima, pleno empleo y tasa de interés positiva han sido totalmente controvertidas por los hechos. La aplicación de esta visión no evitó que la economía estadounidense se precipitara en caída libre, lleve tres años con tasa de interés cero y desempleo creciente y ahora recaiga. Los remedios resultan peor que la enfermedad.
La única solución de fondo es la modificación del orden económico internacional orientada a reducir los déficits y los superávits en cuenta corriente y erradicar la especulación. Sin embargo, su materialización se ve impedida por los elevados salarios y el bajo ahorro de Estados Unidos y la abierta preferencia de los países emergentes por superávits en cuenta corriente para acelerar el crecimiento.
El sistema es estructuralmente inestable. Por exclusión de materia, Estados Unidos no tiene más opción para detener la caída libre de la economía mundial que aumentar el abultado déficit fiscal y el elevado endeudamiento, a sabiendas de que no es sostenible y en algún momento tendrá que revertirse.
