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Ciudades inaccesibles

Elisabeth Ungar Bleier

17 de abril de 2025 - 12:05 a. m.

Bogotá es una ciudad inaccesible. Si bien no es la única del país, por ser la capital y tener el mayor número de habitantes, esto es particularmente preocupante. Yo soy muy caminante y hace cuatro semanas, en un soleado paseo dominical en El Virrey, me tropecé con una baldosa de uno en de los caminos designados para los peatones; o por lo menos, esto es lo que se espera, aun cuando no siempre es así. El resultado fue la fractura de la muñeca de una de mis manos. No soy la primera ni la única que ha sufrido un percance como este. Me ha sorprendido mucho la cantidad de personas que me he encontrado y que al preguntarme qué me pasó me cuentan de las caídas que han sufrido ellas, familiares o conocidos. Algunas con contusiones cerebrales, otras con diferentes fracturas, otras con pérdida de dentadura, niños que se caen de su bicicleta y siempre con moretones y frustración. También es una proeza llevar un bebé en su coche por los andenes de Bogotá, que a veces parecen más montañas rusas que aceras. Generalmente, es inevitable utilizar la calle, lo que acarrea riesgos adicionales, pero además aguantar los pitos y gritos de los conductores estridentes. Y qué decir de los ciclistas y motociclistas que invaden los andenes sin que nadie les pueda llamar la atención porque es inminente el insulto.

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Todo esto es particularmente grave para las personas en condición de discapacidad. Uno de los testimonios más conmovedores y a la vez más ilustrativos de lo que las limitaciones a las insuperables dificultades de acceso y movilidad significan para estas personas lo relata Sonia Verswyvel en su libro Cambié mis pies por una sonrisa… desde mi silla de ruedas. Ella tuvo un accidente, como prefiere llamarlo. Yo conocía los hechos y por curiosidad le pregunté por qué no los mencionaba. Me respondió que independientemente de las circunstancias, su propósito es llamar la atención sobre las dificultades que enfrentan las personas en esa condición. Ella quedó parapléjica y desde entonces sus más fieles acompañantes han sido sus sillas de ruedas.

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Los obstáculos que enfrentan las personas en silla ruedas o con alguna discapacidad son muchos más de lo que uno se imagina. Acciones que para la mayoría de las personas son normales, para ellas son muy difíciles, si no imposibles. La razón es que son muy pocos los sitios públicos y privados que cuentan con la infraestructura necesaria para acogerlos. Por ejemplo, en los baños el tamaño que se requiere para una silla de rueda. Los andenes y el estado de las calles no son la excepción. Como lo señala Sonia Verswyvel: “En esta ciudad, en este país más bien, es imposible no encontrar andenes rotos, baldosas sueltas, desniveles, entradas de garajes, desvíos o tramos incompletos (…) ¿Cuando han visto ustedes a un ciego caminando por esas baldosas marcadas que hay en algunas calles y avenidas principales? Nunca, porque además de estar flojas, son discontinuas, nadie sabe hacia dónde van y cuándo terminan (…). Y no es porque no haya gente con esa condición (…). Lo que ocurre es que están mal hechos, a la brava y por cumplir. No son funcionales y, en vez de ayudar, se transforman en obstáculos que debemos sortear”. A esto se suma la actitud de quienes parquean en los sitios destinados a las personas en esta condición, y que al llamarles la atención se enojan. Como dice Sonia, “nosotros no necesitamos compasión, sino solidaridad y empatía”.

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Alcalde Carlos Fernando Galán, comience usted para que la solidaridad y la empatía se manifiesten en obras concretas para que Bogotá se convierta en una ciudad más accesible.

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