Cero y van dos. Hace cuatro años perdimos la oportunidad de elegir a un candidato que no llevara a millones de ciudadanos a votar “en contra de” un aspirante y no en favor de quien consideraba la mejor opción. Hoy el panorama electoral no es muy diferente. El llamado centro nuevamente perdió una oportunidad histórica de convocar a los colombianos a apoyar una opción que paradójicamente se llamó la Coalición de la Esperanza. Una esperanza que se frustró principalmente por la disputa de egos entre algunos miembros que la conformaban. También por la imposibilidad de llegar a acuerdos de mecánica electoral y sobre los apoyos políticos que presuntamente eran inaceptables para unos miembros de la agrupación, a pesar de que acabaron haciendo lo mismo. A esto se suma la llegada de Íngrid Betancourt, quien pretendió fungir de salvadora de la unidad y de la coalición, pero acabó haciendo todo lo contrario. Lanzó su candidatura y de paso puso en riesgo la presencia de Humberto de la Calle en la curul, que la obtuvo con sobrados méritos propios. Todos estos hechos generaron aprensión y desilusión entre quienes creímos que finalmente podríamos votar por alguien que representara una alternativa a la polarización, al miedo, a las alianzas con los partidos y clanes políticos que han estado y están en el poder actualmente e incluso presuntamente con grupos criminales. Pero todo indica que nuevamente vamos a votar “en contra de…”.
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Cero y van dos. Hace cuatro años perdimos la oportunidad de elegir a un candidato que no llevara a millones de ciudadanos a votar “en contra de” un aspirante y no en favor de quien consideraba la mejor opción. Hoy el panorama electoral no es muy diferente. El llamado centro nuevamente perdió una oportunidad histórica de convocar a los colombianos a apoyar una opción que paradójicamente se llamó la Coalición de la Esperanza. Una esperanza que se frustró principalmente por la disputa de egos entre algunos miembros que la conformaban. También por la imposibilidad de llegar a acuerdos de mecánica electoral y sobre los apoyos políticos que presuntamente eran inaceptables para unos miembros de la agrupación, a pesar de que acabaron haciendo lo mismo. A esto se suma la llegada de Íngrid Betancourt, quien pretendió fungir de salvadora de la unidad y de la coalición, pero acabó haciendo todo lo contrario. Lanzó su candidatura y de paso puso en riesgo la presencia de Humberto de la Calle en la curul, que la obtuvo con sobrados méritos propios. Todos estos hechos generaron aprensión y desilusión entre quienes creímos que finalmente podríamos votar por alguien que representara una alternativa a la polarización, al miedo, a las alianzas con los partidos y clanes políticos que han estado y están en el poder actualmente e incluso presuntamente con grupos criminales. Pero todo indica que nuevamente vamos a votar “en contra de…”.
A estos hechos, que no son novedosos, se agregan otros que sí lo son, y que enturbian aún más el panorama electoral. Es la primera vez que unos comicios se desarrollan en un contexto de extrema desconfianza con relación a la capacidad de la Registraduría, en cabeza de Alexánder Vega, de garantizar unas elecciones transparentes. Los antecedentes de lo sucedido en marzo, donde se detectaron múltiples irregularidades, los llamados de los expresidentes Pastrana y Uribe a desconocer los resultados, la reticencia del registrador a realizar una auditoría independiente a las plataformas tecnológicas de la entidad a pesar de las solicitudes del Consejo Nacional Electoral y de organizaciones y veedurías electorales, son un abrebocas a lo que puede suceder el próximo 29 de mayo.
Las cerezas del pastel son los reiterados ataques del presidente Iván Duque y de otros servidores públicos al candidato Gustavo Petro y sus propuestas —sin mencionar su nombre, como suele hacer de manera despectiva al referirse a sus contradictores—, lo cual constituye una indebida intervención en política. Mientras eso sucede, la procuradora mantiene silencio. Y si esto no fuera suficiente, el general Eduardo Zapateiro, comandante general del Ejército, en incendiarios mensajes en Twitter, descalificó al candidato del Pacto Histórico, incurriendo en abierta intervención en política. Además, marcó un peligroso antecedente que abre las puertas a situaciones que han vivido regímenes autoritarios cuando los militares optaron por participar en política. Chávez, en Venezuela; Pinochet, en Chile, y Videla, en Argentina, son solo tres ejemplos de los riesgos que esto conlleva. Por último, ¿qué quiso decir cuando afirmó que estaba tranquilo porque al irse “dejaría muchísmos zapateiros”? ¿Será un preaviso?