Hace ocho meses fui abuela. Una vivencia nueva, conmovedora, evocadora de expresiones y sentimientos de amor incondicional y del reconocimiento de la maravilla de la prolongación de la vida en un ser pequeño, frágil, con capacidad de generar emociones que él mismo aún no conoce. Esto me ha llevado a reflexionar sobre el rol de las abuelas, esas mujeres que se convierten en el corazón y el alma de muchas familias.
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Hace ocho meses fui abuela. Una vivencia nueva, conmovedora, evocadora de expresiones y sentimientos de amor incondicional y del reconocimiento de la maravilla de la prolongación de la vida en un ser pequeño, frágil, con capacidad de generar emociones que él mismo aún no conoce. Esto me ha llevado a reflexionar sobre el rol de las abuelas, esas mujeres que se convierten en el corazón y el alma de muchas familias.
Hace apenas dos semanas el país entero se estremeció con los gritos desgarrados y desgarradores del hijo de María del Pilar Hurtado cuando vio cómo unos sicarios asesinaban a su madre. Quienes presenciaron de cerca este atroz crimen, posiblemente paralizados por la impotencia y el miedo, no pudieron ni siquiera estrechar al niño en sus brazos. Ni siquiera su abuela, quien estaba en otro extremo del país.
Unos días más tarde, Juana Montaño, durante la velación de su hija en su casa en Puerto Tejada, Cauca, lloraba afligida y clamaba justicia. En una de las entrevistas que le hicieron, recordaba que María del Pilar le había dicho que dejaba su casa para buscar un mejor futuro para sus hijos. Y fue así como decidió irse a Tierralta, Córdoba, a muchos kilómetros de distancia de sus ancestros. Era, como dijo su madre, una mujer valiente a la que “le gustaba volar”. Y volando encontró la muerte y dejó a cuatro hijos y a una madre desconsolada.
En Colombia, como en muchos otros países, las abuelas son el centro emocional y el soporte de sus familias. Con frecuencia asumen el papel de los padres, que por circunstancias que la vida les impuso dejan a sus hijos y que ellas mismas no buscaron, casi siempre con amorosa dedicación, asumiendo responsabilidades e incluso sacrificios.
Abuelas que intentan llenar el vacío temporal o definitivo que dejaron madres o padres migrantes, desplazados, trabajadores, que en busca de un futuro mejor se han visto obligados a dejar a sus hijos. O víctimas de la violencia que ha segado la vida de miles de hombres y mujeres jóvenes como María del Pilar. Abuelas que desde el anonimato acogen a sus nietos en su casa y comparten con ellos lo que tienen, que con frecuencia es muy poco. Abuelas que dejan de lado su propio futuro para forjar el de sus nietos. Abuelas a las que les queda poco tiempo libre para vivir su vida, pero que siempre encuentran un rato para cantarles canciones y contarles historias a sus nietos, y otras que guardan silencios para evitarles sufrimientos.
Es muy importante que reflexionemos sobre el invaluable papel de tantas abuelas, mujeres que pasan desapercibidas sin recibir reconocimiento alguno de la sociedad, pero que cumplen un papel vital en países que como Colombia tienen niveles alarmantes de desprotección y abandono de niños, niñas y adolescentes. Mujeres valientes y amorosas, capaces de sobreponerse a sus propios miedos y a sus duelos, de cuidar y proteger a sus nietos, superando obstáculos que parecen insalvables.
Rindamos un homenaje a todas esas abuelas, con quienes Colombia está en deuda. Y a esos millones de nietos y nietas que han encontrado el amor que sin ellas posiblemente les hubiera sido ajeno.