Las mentiras, la distorsión intencional de la realidad y la difusión de noticias e informaciones falsas o engañosas inciden en la degradación del diálogo político y, por esta vía, de la democracia. Si bien estos no son fenómenos nuevos, las redes sociales han permitido que su divulgación sea inmediata y masiva y, por ende, que su impacto sea mayor. Este tipo de afirmaciones o noticias son particularmente nocivas cuando afectan la salud o las condiciones de vida de las personas —por ejemplo, las campañas contra las vacunas o la negación del cambio climático—, o cuando son utilizadas para generar miedo y así posicionar y ganar adeptos para un proyecto político, para acallar a los contradictores o lograr que una política o un programa de gobierno fracase. Quienes utilizan estos mecanismos generalmente se ubican en los extremos del espectro político y apelan a la ignorancia, la falta de conocimientos o al descontento y la desafección de la ciudadanía hacia la política y los políticos.
De cualquier manera, siempre generan más polarización, profundizan la incertidumbre y se convierten en instrumentos para manipular a las personas. En su libro El ocaso de la democracia, Anne Applebaum plantea que esto conduce a los autoritarismos y hace referencia a lo que la economista Karen Stenner define como personas con una “predisposición autoritaria”. Estas privilegian la homogeneidad y el “orden”, y consecuentemente son adversas y rechazan a quienes piensan diferente, no toleran la complejidad y solo consideran válidas las ideas de quienes piensan como ellos. Con frecuencia son personas que manejan un lenguaje sofisticado y utilizan argumentos religiosos o con un fuerte contenido emocional para justificar por qué no solo es necesario sino legítimo violar la Constitución, hacerle el quite a la ley, alterar reglas de la democracia y suprimir algunos derechos. Se presentan como salvadores, apelan a los miedos y rabias, y ofrecen un futuro mejor. Todo esto va acompañado de unas narrativas sobre quiénes son patriotas y quiénes no lo son, con el objetivo de redefinir el contrato social y “refundar la patria”, como en su momento pretendieron hacerlo grupos de narcotraficantes y mafiosos en alianza con algunos políticos.
Los ejemplos en el mundo abundan. Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía, Putin en Rusia, Trump en los Estados Unidos, Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y Duterte en Filipinas son solo algunos de ellos. Para unos, el enemigo que hay que derrotar es el comunismo; para otros, es el sistema capitalista; para otros, simplemente son los que piensan manera diferente a ellos y tienen una visión y un proyecto político que consideran incompatible con sus propias creencias. Y están los que buscan perpetuarse en el poder.
El último y más grotesco ejemplo es el de María Fernanda Cabal cuando en un evento con los precandidatos de su partido, el Centro Democrático, dijo que los falsos positivos son una mentira. Estas afirmaciones son una afrenta contra las víctimas de este atroz crimen y sus familias y, de paso, contra varias instancias de la justicia en Colombia y tribunales internacionales que así lo han reconocido. Y son una afrenta contra los colombianos que aún creemos que la dignidad humana no puede ser pisoteada, como ella lo ha hecho.