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El mundo está transitando una fase que se ha identificado de varias maneras: recesión democrática, constitucionalismo abusivo y legalismo autocrático, entre otras. Esto es el resultado de tres fenómenos que, combinados, producen la erosión de la democracia: populismo, extremismo y autoritarismo. No es un asunto de ideologías, sino una estrategia que divide a la sociedad entre nosotros (los puros, decentes), y ellos (los corruptos, cosmopolitas, elitistas). Esto es una falacia, una manipulación, porque “ni el pueblo ni las élites son conceptos homogéneos en un mundo plural y diverso” (Luis Roberto Barroso, 7/14/22. “Populismo, autoritarismo y resistencia institucional. Las Cortes en medio del juego de poder”, Conversación con el Carr Center para los Derechos Humanos de la Universidad de Harvard).
Más adelante, Luis Roberto Barroso, abogado brasileño defensor de los derechos humanos, explica que los extremistas populistas adoptan estrategias recurrentes como la comunicación directa con quienes lo apoyan, sobre todo a través de las redes; descalificar o por el contrario intentar cooptar instituciones como el congreso, medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil, entre otros; y atacar a las cortes, los órganos judiciales y de control y a sus miembros.
En algunos de sus recientes discursos en el país y en escenarios internacionales, el presidente Gustavo Petro ha utilizado un lenguaje que no dista mucho de lo descrito por Barroso. Por ejemplo, en la marcha convocada para defender las reformas de la salud, la laboral y la pensional, el jefe de Estado se dirigió desde la Plaza de Bolívar a los marchantes, donde afirmó que hay un plan para destruir su gobierno y sacarlo de la Presidencia. Mencionó también a los medios de comunicación, la Fiscalía, al Congreso y los grupos económicos y empresariales insinuando que estaban presionando para evitar que los proyectos fueran aprobados, e incluso de buscar con ello su salida forzada de la Presidencia. Como ya había afirmado en ocasiones anteriores, comparó esta intención con lo que le sucedió al expresidente peruano Pedro Castillo, quien fue destituido por intentar —él sí— un golpe de Estado luego de avizorar su posible condena por hechos de corrupción.
Y hace apenas unos días, en una intervención en la Universidad Sorbonne Nouvelle, reiteró que el Gobierno volverá a presentar la reforma laboral y “ver de qué lado está el Congreso de la República, si del lado de la violencia, si del lado de la exclusión” o si “nos ayuda a construir la nación que merece toda y todo colombiano” y que es “el producto de un contrato social”, mediante el cual todos los sectores de la sociedad ganan”. Y al referirse a las marchas de la oposición en varias ciudades del país, dijo: “Salió una clase media alta arribista a decir fuera Petro, no queremos sus ideas, exacto como salieron en 1851, con armas en la mano, a decir que no querían que se les quitara la propiedad privada que eran los seres humanos a los cuales llamaban esclavos”. Afirmaciones como estas alimentan la polarización y pueden conducirnos a la recesión democrática o a extremismos que no tienen reversa.
