Hace unas semanas me encontraba fuera del país cuando leí que el presidente Gustavo Petro no asistió al evento de reconocimiento a las víctimas del genocidio de cientos de militantes de la Unión Patriótica. Familiares y sobrevientes se quedaron esperando en la Plaza de Bolívar la presencia de quien, como primera autoridad del Estado, pediría disculpas por esos hechos. Era un acto simbólico de justicia y reparación que no se dio.
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Si bien en muy pocas ocasiones me he referido a temas personales en esta columna, hoy lo hago porque este hecho coincidió con el propósito de mi viaje a Austria, el país donde nacieron mis padres y del que tuvieron que huir para salvar sus vidas de las atrocidades de los nazis. Hace muchos años quería tener información sobre la familia de mi padre, quien con sus silencios nos dio a entender que su dolor se lo impedía.
Me encontré con un país que se demoró muchos años en reconocer el papel que jugó en el exterminio de millones de judíos. La narrativa que predominaba era que los austriacos habían sido víctimas. Pero la dolorosa realidad, los testimonios de víctimas, de quienes regresaron y de los que nunca lo hicieron, les permitió a gobernantes y ciudadanos entender y sobre todo a aceptar que también fueron victimarios. A partir de entonces, Austria ha desarrollado acciones y políticas de reparación y de recuperación de la memoria con el propósito de garantizar la no repetición. En todos los colegios se imparten cátedras sobre el holocausto y el antisemitismo. Se han construido monumentos y museos. La recuperación y enriquecimiento de archivos documentales con información relevante es permanente y el acceso a ellos es fácil.
Durante esas semanas entendí que, para construir una paz estable y duradera, la que muchos en Colombia anhelamos pero que aún se nos presenta esquiva, es importante recuperar las raíces, enfrentar el pasado, visibilizar a las víctimas, no olvidar los horrores que vivieron y que muchos siguen viviendo. El Centro de Memoria Histórica y la Comisión de la Verdad, con el esclarecimiento la verdad, al igual que numerosas ONG, han tenido un papel muy importante reconstruyendo los horrores de las diversas guerras ha vivido el país. Pero esto aún puede detenerse.
También entendí mejor que la violencia y el miedo, el desplazamiento, las violaciones, el reclutamiento de menores y las desapariciones forzadas no solo afectan la salud física y mental de víctimas directas, sino también a la de la segunda e incluso en ocasiones la de la tercera generación, con diferente intensidad. La primera, porque fue una víctima. La segunda, porque vio y sintió el dolor de sus amigos, vecinos y familiares y escuchó sus relatos. Y la tercera, más susceptible al olvido, pero que posiblemente quiere entender qué pasó. Esto refuerza la importancia de continuar trabajando para recuperar la memoria y que esta no se pierda. Es un primer paso para la no repetición. No obstante, el camino por recorrer aún es largo. Es necesario el reconocimiento de responsabilidades que por acción u omisión tienen gobernantes, empresarios, la sociedad en general. Es un deber ético con las víctimas y con la sociedad.