Campos de flores en arenas movedizas. El inglés educado

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Enrique Aparicio
21 de abril de 2019 - 06:59 a. m.
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De la novela Campos de flores en arenas movedizas.

Harvey estaba en los principios de los cuarenta años. Un tipo de buena familia, graduado en la Universidad de Londres como administrador de empresas. Durante su educación previa estuvo en uno de esos colegios de élite, que tanto aprecian los ingleses y elevan el ego de quienes han podido pagarlos.

En el caso del inglés, todo iba bien. Lento en los pagos, entre 45 y 60 días, pero con un buen volumen y pocos reclamos. Un día, envió un mensaje con la descripción de un nuevo negocio, al parecer grande, con una cadena de mayoristas interesada en productos de la empresa del Florista. Aclaró, eso sí, sobre la posibilidad de unas demoras técnicas en los pagos mientras la estructura del negocio tomaba forma y los sistemas contables adoptaban las mismas normas. Una aparición de la Virgen para los cultivos del Florista. Además, anunciaba su interés en visitar Colombia. 

Harvey llegó a Bogotá a finales de junio con su esposa, Susan, una escocesa de unos treinta y cinco años, simpática, bonita, no muy alta, de cara pecosa, con ojos de un color verde intenso y unos senos un poco grandes, atractivos, pero que armonizaban con el resto del cuerpo.
El rito de llevar al cliente a visitar las fincas es un acto de profesionalidad. El cultivador sabe lo que hace. Muy temprano, para evitar problemas de tráfico, recogen a los visitantes en el hotel. Harvey iba con jeans; lo mismo Susan, a quien le quedaban muy bien, un poco ajustados a propósito.

La salida a la Sabana fue por la calle 80, que desemboca en una carretera bien pavimentada donde se encontraban sus dos cultivos, uno de clavel y mini clavel y otro de rosa, uno al lado del otro.

En el camino hizo una parada al borde de la carretera para comer algo típico: pan de bono y almojábanas; era parte de la ceremonia. Al llegar a la oficina, les trajeron un tinto antes de iniciar la visita. La ceremonia continuó:
─Harvey, ¿cuánto calzas? ¿Y tú, Susan?

El Florista dio orden de traer las botas de caucho respectivas para que pasearan confortablemente por los invernaderos y evitar la tierra en los zapatos. En la entrada de cada invernadero hay una pequeña superficie de cemento con cierta profundidad, que tiene una solución para que el visitante moje las suelas y evitar así cualquier problema fitosanitario.

Después de explicarles con todo detalle cómo estaban programadas las siembras, las diferentes variedades, primero en las áreas de clavel y luego en las de rosa, regresaron a las oficinas. El Florista ayudó a Susan a quitarse las botas. Iniciaron la visita a la poscosecha, el corazón del cultivo.

Susan se percató de la participación tan importante de la mujer en esta industria. Son ellas las responsables de clasificar las flores recogidas en el cultivo, separarlas por variedad y largo del tallo, mientras otras arman ramos y los meten en baldes con productos especiales para mantener la calidad durante el viaje a los Estados Unidos, Europa, Rusia o Japón, pues la flor no recibirá agua, como le explicó el Florista. El último paso fue el empaque en cajas de cartón para los diferentes clientes. El recorrido llegó a su fin y volvieron a Bogotá. 

─Harvey, nuestro socio Suárez ha querido ser el anfitrión de la comida de esta noche. Propongo recogerlos a las 7:30 para tomarnos un aperitivo en mi casa y que conozcan a mi mujer y a mis hijas. Luego nos vamos para donde el socio.

Comida con los Suárez 

El matrimonio vivía en un apartamento inmenso en un conjunto al norte de Bogotá, de esos en los que es necesario identificarse. 

Manuela de Suárez era una española divertida, de padres gallegos. Habladora, siempre con una palabra cariñosa. Una figura delgada que rozaba los cuarenta años. Atractiva, pero sobre todo cálida. El esposo era otra cosa. 

En los últimos tiempos, Suárez había hecho buena platae n los negocios de bienes raíces y en la Bolsa. Más que un ser inteligente, era un tipo de buenas. El dinero se le había subido rápidamente a la cabeza y los whiskys que tomaba también. 

Bajito, con una panza bien cultivada, al cabo del trago número cuatro se ponía risueño, es decir, coqueto con las mujeres a su alrededor, y después pasaba a la fase de ser cansón y algo agresivo, por lo que todo el mundo empezaba a hacerle el quite. 

En los años buenos de la empresa, el Gallego, como le decían, no hacía sino ponderar los magníficos consejos que les había dado a los otros dos socios para conseguir resultados y utilidades.

***

You Tube:

https://youtu.be/h-2Bs4Q9HV8

Se refiere a Leiden, la ciudad universitaria de la más importante universidad de Holanda. En el año 1574  fue sitiada por los españoles y su alcalde ofreció parte de su cuerpo para alimentar moribundos.

Que tenga un domingo amable.

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