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Si usted es uno de esos tipos que mide su hombría por los gritos que le da a su mujer o novia y tiene la habilidad de hacerla sentir fea, que se viste mal en comparación con la esposa del primo y, adicionalmente, procura subvalorar cualquier cosa que hace y le recuerda que el único que produce plata en la casa es usted, con discurso cancaneado delante de los hijos para dar ejemplo, sólo quiero prevenirlo. Aunque usted no lo sepa puede estar entrenando a una víbora.
Una vez que el maltrato se instala en la convivencia y la mujer opta por seguirle la corriente al macho, eso puede durar el resto de la vida conyugal. Él está convencido que las cosas a las patadas no tienen ninguna consecuencia hasta que algún día se tropieza con la víbora que él creó, quien pacientemente optó por construir su mundo propio, sus amigos, amigas y sus relaciones sentimentales. El macho acaba de ser picado y no se da cuenta.
La picada tiene los siguientes resultados: Usted es un zombi, está muerto en vida. Se cree divino, usted siempre tiene la razón, las escapadas con la noviecita le hacen creer que su mujer es una imbécil y no se da cuenta de nada. Convencido que sentarse para que lo alimenten, le laven y le planchen la ropa, le lidien las borracheras y además le sonrían, es la vida feliz y el resto que se joda. El veneno ha penetrado en lo más profundo de su minúsculo cerebro.
Los machos no tienen idea de lo que es una mujer herida. Convencidos que mandan, que firman cheques, que dan instrucciones y, finalmente, la mujer tiene que agradecerles cualquier cosa. El cerebro del macho es chiquito, falto de visión, primario, no entiende lo que pasa a su alrededor, cree en el mundo inventado por él.
La Iglesia, en su chueca sabiduría imaginada por los curas, ha regado desde tiempos inmemorables la teoría del matrimonio indisoluble, o sea que la esposa tiene que vivir el puñetazo psicológico o físico durante toda una vida. El tema lo he tratado en el pasado pero cada vez que se me atraviesa en la mente, me revuelve todo. Es que no me cabe en la cabeza que una religión pueda sostener la teoría del “acepte”: acepte que le peguen, acepte que la maltraten 24 horas al día y recuerde que vino al mundo para alimentar el macho, ser su burro de carga personal y limpiar el baño e inodoro porque, eso sí, ningún macho mueve un dedo en esta tarea. Es cuestión de mujeres. ¿Todo esto para ganarse el cielo? ¡Por favor!
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Conversaba con una amiga quien en su momento sufrió agresiones y maltrato psicológico. Me decía:
“Una vez que el macho logra convencerte que no eres nada, la posibilidad de denunciar o pedir ayuda se reduce a cero. O sea una parte importante del problema es la no denuncia en un medio de machos. El tema llega a un punto concreto: tienes la culpa de todo. El entorno familiar y social empieza a considerar la idea que soy la gran culpable. Ya sea porque no me visto como el macho desea, no muevo la colita como toca, cuando abro la boca, según el macho, sólo digo pendejadas, la suegra, me cataloga de nuera: nu era la que quería.
Dejé un buen empleo, me podía defender sola, tenía éxito. Una vez casada, con hijos, en el limbo de los gritos y la patanería, volver a mi antiguo trabajo era un imposible. El escenario en mi cabeza era macabro. No podía dejar los hijos que me necesitaban, no tenía plata ni empleo. La omnipresente presencia de Arturo buscando cualquier pierde para justificar los problemas de alcoba, es decir la falta de virilidad, vencían mis seguridades, mis energías. Mi madre, con una visión heredada de su madre y de su abuela, abogaba por la paciencia, “la comprensión de Arturo, hombre con sus problemas, pero bueno; gritón pero en el fondo bueno”. ¡Qué carajo!, pensaba yo, no me entienden, no ven que me estoy quemando como una vela.
La denuncia es indispensable. No necesariamente en una comisaría de policía, sino en el entorno cercano familiar o de trabajo. Si no hay una protesta o denuncia y optan por esconder los moretones debajo de la ropa, la mujer maltratada hará parte de lo que me paso a mí. No fue fácil pero sí encontré la solución. Me aburrí un día, por decir una palabra amable. No busque psiquiatra ni ayuda de pareja ni nada de eso. Investigué entre verdaderas amigas y amigos. Me dieron el nombre de una mujer abogada. Le expuse el caso. Me advirtió que podía ser muy duro, pero oyendo mi cuento vio que había bases para armar un buen juicio. Tenía razón, fue muy duro. Arturo, como injertado en pantera, me amenazó con todo lo que pudo, desde quitarme los hijos hasta mandarme un sicario. Su familia, y reconozco que parte de la mía, no tuvieron el coraje de apoyarme y el padrecito confesor menos. Pero al final la decisión era clara: una vez que la pareja entra en ese estado de violencia NO hay nada que enderece la relación. Simplemente Arturo y yo nos equivocamos. Es muy difícil comprender este escenario de la equivocación, pero buscar paliativos, comernos nuestras propias mentiras, no arregla nada. Mi consejo: amárrese el cinturón y prepárese para un aterrizaje forzoso, pero si no lo hace no salvará nada.”
Mujer, tome las riendas de su vida y no se deje menospreciar de ninguna manera. Usted es valiosa, diga lo que diga el macho que no la quiere.
Que tenga un domingo amable
