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El tipo con barba entró al bus. Ojos de jovencitas de unos 15 años con sus vestidos multicolores dirigieron sus miradas curiosas al hombre quien preguntó por Malala, y sin más ni más le descerrajó un tiro en el cráneo y otro en el cuello.
Todos conocemos la historia de esta joven de Pakistán quien acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz, una muestra viviente de cómo el derecho a aprender tiene sus grandes enemigos.
El premio lo compartió con el ciudadano indio Kailash Satyarthi, él por su campaña en contra de la utilización de niños para el trabajo de adultos. Satyarthi se encuentra con Malala en un punto común: la educación como el medio para evitar la domesticación enfermiza de las generaciones de jóvenes que sin ella quedan arrodillados a merced del que sabe.
Existen también otros grandes enemigos a que la gente se eduque. No necesitan disparar bala a diestra y siniestra simplemente desvían recursos a otras actividades diferentes a la enseñanza.
Hoy el pueblo holandés está armado hasta los dientes. Hay 16 millones de soldados, o sea la población de este país que con una extensión tan grande como Cundinamarca tiene en su haber 19 premios Nobel. Esto no quiere decir que no haya conflictos en los Países Bajos, pero sus soldados, su comunidad, cuando es el momento de luchar por una causa, constituyen un ejército formidable. La educación une y blinda a una ciudadanía que puede ser convocada de manera inmediata a la hora de un problema, por la única razón que entiende lo que pasa, lee y analiza.
Holanda, más que fusiles y helicópteros, tiene las ametralladoras culturales. No hay minas que rompan piernas de inocentes, más bien son los argumentos los que desbaratan la presencia enemiga. Durante la Segunda Guerra Mundial, mientras los nazis cazaban como conejos a los judíos para llevárselos a los campos de concentración, como pasó en Holanda invadida por el ejército más poderoso de la época, sus ciudadanos no dudaron en hacer un marcha de protesta, en Ámsterdam, para demostrar que la nación, pequeñita y orgullosa, rechazaba tanta barbarie. Se trata de una sociedad que entiende, que no claudica y la razón principal es su educación. No come entero. No quiere decir que en Holanda “no pasen cosas”, repito, pero una comunidad que ha tenido acceso a una buena educación, no solo a aprender a leer y escribir sino a niveles superiores, crea una conciencia ciudadana. Para una muestra: en el 2014 dedicó 32 billones de euros a la educación y 7 billones a defensa.
En Colombia, parte de la culpa de la falta de una enseñanza eficiente se le debe, lógico, a los gobiernos desde hace muchos años, pero no nos digamos mentiras, también a una clase social que poco le interesa que la gente estudie. El lema: “No la eduque y tendrá sirvienta para toda la vida.” Para terminar de explicar toda esta apatía por un derecho básico, a los profesores- que mas bien se deberían llamar apóstoles- en muchos casos se les da el tratamiento de ciudadanos de tercera clase, mientras que en otros países son el acervo cultural de la nación.
Si nuestro país entra en un periodo de paz, lo primero que tiene que hacer es armar a sus ciudadanos hasta los diente, es decir, educarlos, de lo contrario la violencia seguirá. Lo más peligroso que puede tener una nación es mentes sin ocupación y con hambre. Si se da un respiro y el gobierno y la comunidad lo aprovechan para entrar dentro de un programa intensivo de educación completa -no de alfabetización-, quizás se logren evitar futuros conflictos. Yo no creo que esa voluntad vaya a existir, pero antes de convertirnos en filósofos de las soluciones utópicas, por lo menos ser claros y dada la experiencia en Holanda, podemos hablar con certitud: la buena educación para todos no es ciencia ficción, es la única alternativa.
Enrique Aparicio – Holanda- Enero 2015
