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EL 1° DE MARZO DE 2008 ES UNA FEcha cargada de gloria para nuestras Fuerzas Militares.
Al amanecer de ese día, dos aviones Supertucano de la Fuerza Aérea Colombiana bombardearon con precisión milimétrica el campamento del terrorista Raúl Reyes, dando de baja a ese peligroso delincuente y a otros 17 bandidos, todos ellos refugiados en territorio ecuatoriano.
Pocos meses antes, el campamento de alias Martín Caballero, cabecilla del frente 37 de las Farc y reconocido por su enfermiza afición al secuestro de personas inocentes, recibió sendas bombas disparadas de aviones Supertucano.
Aquellos aparatos, fabricados por la brasileña Embraer, se han convertido en la bendición de la Fuerza Pública colombiana. Gracias a ellos, se ha podido golpear inclementemente a las estructuras de la guerrilla.
Hace tres semanas, en una operación efectuada en el Cañón de las Hermosas y cuyo objetivo era Alfonso Cano, un comando de Supertucano bombardeó la zona, logrando dar de baja a la secretaria privada y jefe de seguridad del cabecilla terrorista, alias Mayerly, mujer procesada por el asesinato de por lo menos 70 soldados.
Son estos unos pocos ejemplos de la efectividad de aquellos aviones turbohélice a que se ha hecho nuestra Fuerza Aérea en los últimos años y que han superado las expectativas de los más escépticos.
Al momento de escribir esta columna, se esperaba la confirmación de Germán Vargas Lleras como nuevo ministro de Defensa nacional.
De confirmarse tal nominación, tendremos a la cabeza de dicho ministerio a una persona que se ha declarado enemiga de los aviones Supertucano. No está de más recordar aquel debate de finales de 2004 en el que el entonces senador Vargas Lleras fustigó al general Édgar Lesmes, quien por la época se desempeñaba como comandante de la FAC, por la intención de adquirir dichas aeronaves de combate.
En efecto, el Gobierno Nacional había aprobado un documento Conpes que garantizaba la apropiación de 234 millones de dólares para la adquisición de 24 aviones turbohélice de fabricación brasileña.
En el debate, Vargas Lleras dijo: “Esos aviones no ofrecen ningún beneficio para la aviación colombiana, pues su velocidad no excede los 500 kilómetros por hora, no pueden llevar armas en la parte frontal y son incapaces de llevar un radar en la punta, debido a la presencia de la hélice”.
Para el ex congresista era mucho más importante que la Fuerza Aérea comprara equipos turbofan, aparatos que funcionan con propulsión a chorro. Según su criterio, éstos “pueden portar fuego delantero, utilizar pistas en mal estado y llegan al objetivo más rápido”.
Frente a ese argumento, las Fuerzas Militares pidieron una demostración de aquellas aeronaves y grande fue la sorpresa cuando descubrieron que la empresa que los elaboraba, asentada en Argentina, respondió que estaba en capacidad de producirlas mas no de hacer una demostración porque en ese momento no habían fabricado el primero. Es decir, iban a experimentar con el pedido colombiano, algo realmente insólito e inaceptable.
Así las cosas, el nuevo ministro enfrentará un problema delicadísimo, pues tendrá que administrar las más grandes victorias de las Fuerzas Militares gracias a los resultados de unos aviones que según su criterio “no ofrecen ningún beneficio para la aviación colombiana”.
