Consumado el espectáculo mediático en el que se convirtió la enhorabuena liberación de Clara Rojas y de la ex parlamentaria Consuelo González, es necesario hacer algunas reflexiones sobre el papel de algunos de los más relevantes personajes de este proceso.
El Alto Comisionado para la Paz dio sobradas muestras de su experticia en materia de manejo de crisis. Mientras las cámaras apuntaban para todas partes, los desubicados representantes extranjeros, aposentados en Villavicencio, hacían un curso rápido sobre Colombia y Chávez vociferaba que le creía más al sicópata Tirofijo que al presidente Uribe, Luis Carlos Restrepo mantuvo la compostura que lo caracteriza, logrando capotear con éxito ese conato de conspiración que trató de montarse en la capital llanera.
Grande la frustración que sintió Piedad Córdoba, que en menos de un mes vio cómo por segunda vez se le esfumaba de lasG manos la oportunidad de mostrarse como la gran hacedora de paz que, por supuesto, está lejos de ser. A pesar de su vocecita a veces enternecedora, la singular senadora está ejecutando, con todo este rollo de las liberaciones de los secuestrados, la más burda estrategia maquiavélica que hayamos registrado en muchos años. Buscar votos gracias a la tragedia humana es inmoral y eso se lo cobrarán con creces los exiguos electores que le quedan. Hábil mujer, manipuladora a más no poder. Cuando le conviene pega alaridos y cuando las cosas no le salen de acuerdo con sus funestos planes, entonces comparece ante los medios con falsos suspiros y lamentos para denunciar persecuciones imaginarias. Su capacidad para mentir y para confundir le garantizan credenciales suficientes para que haga el tránsito al cargo de vocera del otro bando.
Mientras Piedad lloraba su autocompasión, Chávez debía de estar mordiéndose los codos. Su ego quedó herido de muerte. Sus admirados guerrilleros le mintieron como lo hacen con el resto del mundo. Para los mafiosos de las Farc no hay autoridad que esté por encima de la cocaína. Si en aras de “coronar” un alijo del polvo blanco se ven obligados a matar a Marulanda, no quepa la menor duda de que lo hacen, lo pican y lo botan por el inodoro. Esos bárbaros carecen de palabra, de honor y de hombría —¿O no, Raúl Reyes?—. Tramaron a Chávez y lo hicieron quedar como un imbécil.
Quién sabe qué artimañas hizo el oscuro ministro del interior venezolano, Ramón Rodríguez Chacín, para endrezar el rumbo del espectáculo y limpiar el escupido rostro de su jefe.
Lo prioritario, los secuestrados, fueron simples rellenos de la tramoya. ¡Y con todo, la senadora Córdoba tiene la desfachatez de aspirar a que algún día la reconozcamos como una gran gestora humanitaria!
Y lo lograron. A un precio altísimo, pero lo lograron. Consuelo González de Perdomo y Clara Rojas están de regreso. Recuperaron la libertad que jamás debieron haberles arrebatado los cerdos de las Farc y eso es lo que más importa y alegra.
Las Farc son rastreras y van a saber cobrar el precio de esta liberación, ordenándoles a sus obsecuentes voceros que proclamen a los cuatro vientos que el mundo entero debe tirarse de rodillas para agradecerles humildemente su inhumano proceder. Insólito, pero así será y, de paso, nos van a dar de encime una insoportable presión para que se despejen los municipios de Pradera y Florida.
El mensaje es contundente. Bienvenidos todos los secuestrados que los salvajes liberen unilateralmente, sin nada de agradecimientos, ni mucho menos de despejes a cambio de ello.
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Hago votos por la pronta recuperación de mi amigo Roberto Posada, D’Artagnan, de lejos el mejor columnista de este país, así no esté de acuerdo con muchas de sus opiniones.
ernestoyamhure@hotmail.com