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Llanto y lamentaciones

Ernesto Yamhure

28 de marzo de 2008 - 08:07 p. m.

Carlos Hernández León es el típico héroe desconocido del que casi nadie se acuerda y por el que muy pocos han guardado merecidísimo luto.

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Permaneció durante seis años en el Ejército, fue uno de los mejores, participó en las operaciones más delicadas del Plan Patriota y del Plan Consolidación, razón por la que sus superiores no dudaron en incluirlo en la nómina del comando que acabó con la infeliz existencia del decano del sadismo Raúl Reyes. Como hombre grande, el soldado profesional Hernández murió cumpliendo con su deber, luchando por una patria libre de terroristas y batallando por un mejor país para todos. Paz en su tumba.

Han pasado veintitantos días de la baja de Reyes y algunos continúan llorando. Un extranjero desprevenido preguntaría si el sufrimiento y los clamores son por el soldado asesinado. Con vergüenza habría que contestarle que no, que las plañideras sollozan por el terrorista muerto en su ley, reventado por la onda de una bomba como muchas de las que él ordenó detonar contra indefensos civiles, con una pierna mutilada como los miles de niños que un nefasto día, mientras corrían jubilosamente, pisaron la brutal mina que macabramente sus hombres resolvieron llamar “quiebrapatas”. Reyes culminó su roñosa presencia en la Tierra como debía ser, destrozado en la ignominiosa selva ecuatoriana y acompañado de ilusos prospectos de terroristas que veían en él un ejemplo en materia criminal.

Que lo que queda de las Farc, Anncol, una que otra ONG y algunos claramente identificados con el terrorismo guerrillero lloren a su muerto no es causal de asombro. Mas sí lo es que la senadora Piedad Córdoba, quien ha sacado el cuerpo y el turbante a la hora de contarle al país quién demonios financia esas travesuras que ella llama gestiones humanitarias, tenga el cinismo de decir, en medio de su aflicción, que “Raúl Reyes estaba comprometido con el intercambio humanitario y con la liberación de los secuestrados” es una afrenta a la nación, a los familiares de los plagiados que no hacen parte de ese selecto club de los llamados ‘canjeables’ y a las miles de víctimas anónimas del terrorismo.

A las palabras ruines de esa señora, se sumaron las de un hombre gris del que se sabe permaneció encerrado durante largos períodos en la zona de distensión de Pastrana y que se presenta como “experto” en materia de paz —lástima que cuando fue funcionario y tuvo la oportunidad, no la haya hecho—. Se trata de Lázaro Vivero, quien desde una recóndita columna en El Nuevo Siglo, esta semana destapó sus cartas, se arrancó la máscara de caucho, se liberó de sus ataduras y sin ruborizarse, desconsolado, acusó al Gobierno de haber masacrado a Reyes, con quien convivió y compartió muchos momentos durante los insoportables años del despeje.

Se infiere del planteamiento de Vivero que nuestro Ejército, antes de atacar al campamento del terrorista, debió haberle avisado por altoparlante para que tuviera oportunidad de levantarse, lavarse la cara y tomar su fusil. Bastante cándidos han resultado esos “expertos” hacedores de paz que creen que con las bajas de Reyes y de Ríos el país ha “retrocedido en más de 200 años”. Es así, pero al revés. Los que van para atrás, los que perdieron, los que están al borde de la desaparición definitiva son los guerrilleros salvajes que en adelante, como moscas, irán cayendo uno a uno y para ese momento, no habrá pañuelos suficientes que sequen las lágrimas de algunos.

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Tráfico de drogas, secuestro extorsivo, reclutamiento forzado de menores de edad y ahora negocios con uranio. ¡Qué bonito el portafolio de las Farc! Y lo triste, es que habrá quienes sigan diciendo que acá tenemos un conflicto armado y que esos cafres son unos pobres insurgentes.

ernestoyamhure@hotmail.com

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