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Ernesto Yamhure
27 de noviembre de 2007 - 09:59 p. m.
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Estaba clarísimo. Chávez tenía su agenda propia.

Quién sabe qué promesas alcanzó a hacer el sátrapa del otro lado de la frontera a los bandidos con los que departió amablemente en Miraflores, porque a nadie le es extraño que el rutilante ex mediador estaba jugándole a su propio ego y no a la libertad de los secuestrados. Qué diablos le va a importar al frenético émulo de Bolívar que unos militares, policías y políticos sometidos a la miserable suerte de la selva, vuelvan a los suyos, si su sincero querer era el de posicionarse, no sólo en la región sino en el mundo entero, como un tórrido peacemaker.

Piedad Córdoba, calada por el verbo de su líder, perdió el rumbo, olvidó la naturaleza de su función y se creyó la soflama de los terroristas, para finalmente terminar prestándose de calanchín para la consumación de la más aberrante violación de nuestra soberanía. Jamás en la historia un gobernante extranjero había cometido el atrevimiento de llamar al Comandante del Ejército con el fin de solicitarle información sensible y fundamental para nuestra seguridad nacional.

A este absurdo se suma el conejo que las Farc les pusieron a Chávez y a Sarkozy con la entrega de pruebas de vida. Dicen esos maestros del terrorismo que les fue imposible obtenerlas y hacerlas llegar. Si eso es así, me permito sugerirles que para la próxima vez, las envíen por el mismo camino que utilizó Iván Márquez para viajar desde la manigua colombiana hasta Caracas. ¿O será cierto que desde hace tiempo vive cómodamente en una finca venezolana?

Sobre la supervivencia de los secuestrados, me temo que detrás de todo este sainete hay una realidad dolorosa. Si la totalidad de los secuestrados estuvieran vivos y gozando de un buen estado de salud, las Farc entregarían, sin bretes, videos y fotografías recientes de los plagiados.

En fin, lo que empieza mal, termina mal. Ni Chávez ni Piedad Córdoba respetaron las reglas establecidas desde el comienzo por el Gobierno. El presidente Uribe fue contundente en un par de inamovibles que no eran susceptibles de discusión. El mediador no hizo caso de ellos y por los laditos se propuso birlarlos. No desaprovechó una sola oportunidad para demandar una "flexibilización" de ellos, mensajes que alentaban el crecimiento en los índices de desconfianza frente al presidente bolivariano.

A pesar de todo lo anterior, mal haríamos si le endosamos la responsabilidad absoluta de este fracaso a personas o entidades diferentes a la organización terrorista y secuestradora. Si las Farc hubieran cumplido al menos con la entrega de las pruebas de supervivencia, si hubieran liberado unilateralmente a un grupo de secuestrados, tal vez Chávez habría tenido un milagroso momento de lucidez, obligándose a reflexionar antes de pedirle a su mandadera Piedad una comunicación con el general Montoya para hacerle preguntas que le son impropias a un mandatario foráneo. Al ritmo que marchaba esa terrible mediación, sin darse cuenta, Chávez iba a terminar enredado en una trapisonda urdida por sus interlocutores, así que en el fondo debe estar muy agradecido con el presidente Uribe por haberlo bajado de ese bus.

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Por estos días, la comunidad libanesa residente en Bogotá está celebrando el quincuagésimo aniversario de la fundación del Club Colombo-Libanés. A finales de la década de los años 50, un grupo de emigrantes libaneses nostálgicos de su tierra y radicados en Bogotá, creyeron en la necesidad de mantener vivo el sentimiento y la cultura de su ancestral Líbano a través de las generaciones por venir. Así fue como nació en una casa del barrio Teusaquillo el Club Colombo-Libanés, inicialmente llamado Club Unión.

ernestoyamhure@hotmail.com

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