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Según mi experiencia personal e intransferible, de diez taxistas en Medellín, siete son unos bacanes: atentos, locuaces, entendidos. Uno es llevado de su parecer, tóxico, envenenado de odio, venganza, mezquindad y/o envidia. Y los otros dos son siervos illuminati del Maligno, o sea, uribistas recalcitrantes, cargados de tigre, iracundos, llevados de su padecer. Por fortuna, a mí casi siempre me tocan los bacanes. Hace tres o cuatro días cogí un taxi en el acopio del Hospital Manuel Uribe Ángel, en Envigado, y le pedí al chofer que me llevara a la Universidad Eafit, por la avenida Las Vegas. Lo que mande, patrón, dijo el taxista y arrancó de buen genio.
Llevaba un sombrero azul pólvora. Le alabé la prenda, y el hombre se soltó a contarme su loca pasión. Tengo 73 sombreros, me dijo con orgullo. Negros, blancos, grises, azules, dorados, rojos, verdes. A lo Humphrey Bogart y a lo Carlitos Gardel. Aguadeños, vueltiaos, de ala ancha, ala corta, ala pa’rriba, ala pa’bajo. De cuero, fieltro, paja o fibra. Panamás y safaris. Me la paso ahorrando para comprarme otro que me guste. ¿Cuál es su marca preferida? La boca se le hizo agua. Barbisio, responde sin vacilar. Aunque tampoco me quejo si mis hijas, que ya viven en el exterior, me regalan un Borsalino. Sin prisa y sin pausa me cuenta un cruce con un fedora de la Fábrica Nacional de Sombreros (¡el que más quiero!), un enredo como de fleteros o de zascandiles, más fácil de oír que de escribir.
Cuando estamos a punto de llegar a mi destino, me dice que aparte de los sombreros lo que más le gusta es grabar. ¿Grabar?, me intrigo. Música de carrilera, música guasca. ¿Cómo así? En la vida real de calles y carreras yo soy Elkin de Jesús Vargas Álvarez, pero en YouTube me llamo don Fortunato. Busca en el celular y me pone su segunda canción: La pirinola. “¿Qué tiene la pirinola / que en ese huequito enchola? / A todo el mundo le gusta / encholar la pirinola. / Le gusta a la vieja Lola / encholar la pirinola, / pero lo que más le gusta / es cuando el marido la enchola. / Enchola, enchola, / enchola la pirinola”. Según el magnífico Diccionario de colombianismos, del Instituto Caro y Cuervo, la definición de encholar es: “En algunos juegos, lograr meter la bola, el anillo o el aro en un agujero desde una distancia determinada”. También se dice enchocolar y enchoclar. Y aquí está el link: https://www.youtube.com/watch?v=T6-wqaWX9ZI
Si la oyen, entenderán de dónde vienen las letrillas de las canciones de Maluma o de J. Balvin, pues la picaresca paisa es manantial inagotable de exageraciones sexistas, clichés de avivatos con suerte y cuasitrabalenguas para parranderas guascas. ¡Hágale, don Fortunato! Siga así. El día menos pensado hasta se podrá comprar su propio jet con cuatro babys (sic).
Rabito: “La muerte del presidente que gobernó al país con la tenaza de su humor de mercurio, el político más odiado de Colombia, a quien alguien en su tiempo llamó el Hombre Tempestad y todos conocieron como el Monstruo, apenas si produjo un leve remecer del aire en la tarde aburrida y gris de Bogotá, un boletín extraordinario del Repórter Esso, […] la constatación pasmosa de que la mayoría lo suponía muerto y una ristra de burócratas redactando esquelas de pésame en todos los ministerios”. Gustavo López Ramírez. Los dormidos y los muertos, Rey Naranjo Editores, septiembre de 2018.
