Rabo de paja

Ay, los hechos casuales de esta vida

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Esteban Carlos Mejía
22 de octubre de 2022 - 05:30 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

En Diez novelas y sus autores (1948) Somerset Maugham advierte no sin suspicacia que “el fin de un escritor de ficción no es instruir sino agradar”. Tal cual: encantar, no educar. Y casi a renglón seguido añade: “Entre más inteligente sea la entretención que ofrece una novela, mejor será”. Tal cual, otra vez. Son normas de un canon medio despreciado por autores de panfletos sociopolíticos, moralinas pedagógicas o especulaciones seudofilosóficas. En mi opinión, pienso que las cosas son como las enuncia Maugham: los novelistas escribimos obras de ficción para que otros dejen de ser lo que son y gocen a la mayor gloria de sus ilusiones.

Los hechos casuales, de Juan Carlos Botero (Alfaguara, septiembre de 2022, 550 páginas), es un librote cautivador. Cuenta las vivencias de uno de los magnates más ricos de Colombia, Sebastián Sarmiento, traza su intimidad e individualidad, navega con perspicacia sobre la tenebrosa realidad colombiana, todo narrado en un estilo fino, exquisito e inteligente. Con naturalidad mezcla sexo, violencia, historia, costumbres, digresiones culturales. Es una novela multifacética en intríngulis empresariales o criminales.

Juan Carlos usa frases largas y construidas con impecable sintaxis, algo inusual hoy en día, mal acostumbrados como estamos a los fritos o refritos de Twitter. Paradójicamente esta prolijidad, en vez de enredar o aburrir al lector, crea un ritmo vertiginoso, por lo cual uno devora y devora páginas sin tropiezos. Cuando relata hechos históricos, como en el magnífico capítulo 20, “Naderías trascendentales” —recapitulación de una tanda casi inverosímil de casualidades de la vida ordinaria que a su vez propiciaron sucesos sensacionales—, el carácter de la novela brilla con luz propia, inmaculada, mera seducción literaria, ya lo insinué.

Además, Juan Carlos no le escurre el bulto ni a las intrigas de espionaje ni a los melodramas de amor. Por el contrario, los aborda con gracia boteriana, valga mi ocurrencia. Como me explicó alguna vez mi tía sor Susana Mejía, “cada novela tiene sus entresijos y cada lector los desentraña a su leal saber y entender”, y eso que la monjita acababa de cumplir 102 años.

En primera persona y en cursiva, Sebastián va desmenuzando sin afanes ni apremios la singular historia de su vida, quizás un colapso de sentimientos o emociones de volátil recordación. Por su parte, también en primera persona, no sin algo de involuntaria o inocente omnisciencia (¡!), Roberto Mendoza, amigazo de Sebastián en el colegio, relata los más perniciosos acontecimientos del relato. Es una exigente combinación de voces que demanda poder de convicción y capacidad de síntesis más allá de la prolijidad del texto. “El argumento tiene poca importancia”, asegura también el irreprochable Maugham, cosa que a Juan Carlos en este caso ni le va ni le viene. ¡Bravo, bacán!

Rabito: “En ese «misterioso taller de Dios», como respetuosamente llamara Goethe a la Historia, gran parte de lo que ocurre es indiferente y trivial”. Stefan Zweig. Momentos estelares de la humanidad. (1927/1940).

Rabillo: El principal enemigo del gobierno de Petro se llama Gustavo… Petro. ¿Cuándo amansará su ego en expansión? ¿Hablará como presidente de una nación en ascuas o seguirá haciendo el papel(ón) de tutor de un grupo de pupilos exaltadísimos por su labia? ¿Será líder o borrego? Por el bien de Colombia, señor presidente, haga las cosas bien, es decir, hágalas mejor.

@EstebanCarlosM

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.