¿QUÉ ES LA POESÍA? VUELTA LARGA, por decir lo menos.
Uno de mis profesores de literatura, García Rivera, decía: “La poesía es una creación de belleza ideal”, platonismo casi irrefutable. Borges sostenía con similar capricho que “la poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro”, en donde descubrimiento es sinónimo de invención. Hallazgo o invento, para mí, la poesía es la entrada al paraíso. Y si es buena, ese cielo será aún más paradisíaco, valga la exageración. Es lo que siento y pienso al leer el más reciente libro de Gustavo Adolfo Garcés, Breves días (Trilce Editores, Bogotá, 2010).
Son poemas concisos, exquisitas gotas de ironía y de sensibilidad, que nos aturden con placidez: “¡Ah esta certeza/ feliz y solitaria/ de que el primer/ pensamiento/ fue tu rostro!”. Emociones íntimas, vivencias inolvidables, como en el poema 839: “De la misma familia/ las rosas,/ las violetas/ y el hecho de morir”. O Mala espina: “Por decir la rosa/ sangro y fracaso/ con esmero”. Y otros dos que me encantan: “El corazón del pájaro/ tiene más prisa/ que su vuelo” y “El blanco lo aprendí/ de las enaguas”. No son haikús ni coplas ni aforismos ni trinos de Twitter. Garcés evita las formas establecidas: se precipita con serenidad y desparpajo, nos embosca con sus iluminaciones. “Pájaro: Aparte/ de todo/ tiene la virtud/ de volar”. ¡Qué dulces sarcasmos! “Para impedirte el paso/ tendría que levantar/ el puente levadizo/ siempre/ que la excavación fuera profunda/ y circundara la fortaleza/ pero qué hacer sin foso/ sin puente/ sin castillo”.
Escribo esta alabanza a sabiendas de que él y yo somos parceros, ¡ay, mi rabo de paja!, razón suficiente para que los santurrones se rasguen las vestiduras y descalifiquen mis piropos o se nieguen a leer Breves días, peor para ellos. Hace años, en un bar de espantosa reputación en el centro de Medellín, Garcés me habló con fervor de Swann y de su desenfrenado amor por Odette de Crécy: entre el taconeo de mujeres al borde de la desnudez y el sigilo de voyeristas felices, me convenció de leer En busca del tiempo perdido: me dijo que Marcel Proust era la luz y las sombras, el esplendor y la dicha. Yo le creí, y aún le creo. Cierro, entonces, este panegírico con Dificultades de la poesía: “La idea era/ beber un poco/ ponernos alegres,/ pero nos emborrachamos/ en exceso/ y lo que hicimos/ fue tener una opinión/ demasiado buena/ de nosotros mismos”. Seguí así, Garcés, seguí así, por favor.
Rabito de paja: “Los sistemas de explotación de las compañías extranjeras se caracterizan por la magnitud del capital que las respalda en el exterior, por la presión que suelen hacer sobre los organismos públicos y privados cuando encuentran alguna resistencia a su expansión, por el rendimiento medio que dan al fisco en relación con sus ganancias, cuando le dan alguno, y por la multiplicidad de privilegios que aseguran a los concesionarios”: Alfonso López Pumarejo, 1935.
Rabillo de paja: En Gramalote, Norte de Santander, había una escultura de Laureano Gómez. Con razón se hundió el pueblito. ¡Ojo con las estatuas ecuestres de Álvaro Uribe Vélez! ¡Mucho ojo!