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Una vez me invitaron a un encuentro de raperos, reguetoneros, productores, compositores e intérpretes de música urbana contemporánea del Valle de Aburrá. Fue un sábado por la tarde en Sabaneta, a unos 15 kilómetros al sur de Medellín. Me fui en Metro, cogí taxi hasta un colegio nuevecito, busqué al amigo que me había invitado y él me presentó a una de las organizadoras. Era una joven nativa, bellísima, muy sexy, mera chimbita, tatuada hasta la punta de los nipples. Me miró como las bacteriólogas miran las muestras fecales y señaló una silla rimax. Usted sigue, mono, dijo.
Había unas 40 ó 50 personas, de múltiples sexos y/o géneros, con la atención puesta en el expositor. No un equis del montón como yo, sino un ídolo del pueblo: Juancho Valencia, de Puerto Candelaria. Explicaba con delicadeza y precisión los intríngulis de la producción musical, desde la composición de una obra hasta su divulgación. Los oyentes estaban embelesados, tomaban apuntes, hacían preguntas, se sonreían con Juancho, lo aplaudían, lo amaban... ¿Yo qué estoy haciendo aquí, ah?, me pregunté cuando, en esas, Miss Nipples me empujó al escenario.
Miré al público. Bostezaban, cuchicheaban, se aburrían, se preguntaban ¿y este mancito qué? Empecé a hablar a la topa tolondra. Yo quería llorar, salir corriendo, pedir perdón, lo mío es escribir en casa. De pronto me acordé de “Bajo Tierra” y de Jimmy García, una epifanía, no se diga más.
Además yo estaba escribiendo un libro sobre Jimmy García. ¿Para qué me invitaron?, me dije entonces, y me puse a hablar de mi novela Esos besos que te doy, en ese tiempo aún sin editor. Conté que Jimmy García había sido un boxeador colombiano, nacido en Barranquilla el 12 de octubre de 1971 y muerto en el ring, en Las Vegas (Nevada) el 10 de mayo de 1995, a manos de Gabriel Ruelas, campeón superpluma del Consejo Mundial de Boxeo, CMB. Canté desafinado y rústico: “Voy negociando el dolor con los puños de Dios / Cuando pierdo he ganado yo soy el campeón / Cada vez que me dan, cada que me pegan / Cada que caigo al piso me vuelvo a parar”. Y después: “De un pueblo de pescadores, mis piernas las más veloces / Carnada de promotores / Noquearon mis ilusiones / Cada que subo al ring dejo de rezar, el cuerpo / Ya no me importa yo voy a ganar”. Mis ojos empezaron a chocolear. Presenté a Víctor Yugo, narrador y protagonista de la novela, y a su novia, digamos, Alabama Faulkner, seudónimo de Martha Catalina Santos, maniquí de pasarela, la modelo más sexy de Colombia”. Están enamorados o encoñados, advertí. A medias percibí una sonrisa entre los oyentes. Les dije que ambos, Víctor Yugo y Alabama Faulkner, se embarcan en la aventura de encontrar a la familia de Jimmy García en las sabanas de Quilitén, Córdoba. Entre muchos polvoretes y tanteos en cantinas, pueblitos o rancheríos, llegan por fin a una casa (son)rosada en Caño de la Bonga y allí “en una estera en el suelo, inmovilizado por un cepo de madera” yace Yimigarcíamárquez, sucedáneo del Jimmy García de la puerca realidad. Me largué a sollozar, atolondrado por la fuerza de la ficción o la ferocidad de la existencia. Parceros, grité, ¡háganle caso a Bajo Tierra, cada vez que les den, cada que les peguen, cada que caigan al piso se vuelven a parar!
Hasta Miss Nipples me besó en las mejillas...
Rabito: “En esta vida la única recompensa es el amor”: Alabama Faulkner en Esos besos que te doy, Sílaba Editores, 2016.
@EstebanCarlosM
