Rabo de paja

¿Capón o castrato?

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Esteban Carlos Mejía
17 de noviembre de 2018 - 06:00 a. m.
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Dicen las buenas lenguas que el maestro de capilla Claudio Monteverdi inventó la ópera, a mediados del siglo XVII o 17, en Venecia. Creó una simbiosis de música, teatro y literatura, una cosa “inherentemente absurda”, como escribió con sarcasmo el conde Lev Nikolayevich Tolstoy.

El historiador franco-americano Jacques Barzun en su colosal obra Del amanecer a la decadencia, 500 años de vida cultural en Occidente (de 1500 a nuestros días) explica que “la palabra ópera no es como cabría suponer, el plural de opus, la palabra latina de obra. Se trata de otra palabra latina, opera, plural operae, que significa trabajo placentero en lugar del trabajo necesario u obligado que implica opus”. Y a renglón seguido anota que sus dos ingredientes esenciales son “vanidad y violencia”. El fondo literario es el melodrama, no la tragedia, ni mucho menos la crítica social o el despliegue de ideas. Dicho con la venia de sus millones de fans, la ópera no exige precisión intelectual ni rigor moral.

Casi todo es bobalicón o ambiguo en los diálogos y en la acción. Sobreactuado, sin ofender a nadie: desprecios, intransigencias, hostigamientos verbales, chabacanerías, desplantes por una carta o un edicto, forcejeos alrededor de una copa envenenada, desprecio, ira y odio, argucias y frivolidad. Cada conflicto se complica hasta volverse insoluble. Nadie cede: ni el héroe ni la heroína, ni el mandatario ni el rival. Predominan el egocentrismo personal u oficial, vanidad de vanidades. Si por casualidad se habla de paz o amor es para incitar celos, intrigas, envenenamientos, traiciones, cizaña y más mezquindad.

En sus inicios, la ópera recurrió al uso de la voz masculina aguda llamada contratenor, fruto de la mutilación genital de jóvenes de talento musical, los castrati. Se buscaba satisfacer así la habituación del público a las voces infantiles de los coros de la iglesia católica. Castrati es el plural en italiano de castrato, o sea, capón, como en el cuento del gallo capón, tan bien contado por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.

Fantasea Wikipedia, la enciclopedia libre, que los capones eran muy bien acogidos por las damas de la época, ya que “si mantenían relaciones sexuales con ellos, no corrían el riesgo de quedar embarazadas”, bendito sea mi Dios. En realidad, eran castrados por sus padres con la esperanza de salir de la pobreza. Los castrati mezclaban la ternura de un niño con el vigor de un adulto. Uno de los más famosos fue Carlo Broschi, recordado hoy en día por la película Farinelli, dirigida por Gérard Corbiau, protagonizada por Stefano Dionisi y nominada al Óscar como mejor película extranjera en 1995.

¿Pero a mí qué me pasa? ¿Por qué estoy hablando de capones? ¿Acaso hay algún castrato por ahí jugando con baloncitos, hablando de Blancanieves y los siete enanitos o tocando guitarras ajenas? ¿Estamos en una ópera bufa? ¡Malpensados! Cualquier parecido con la actual realidad política colombiana es pura coincidencia de la cual no tiene la culpa este columnista. ¿Vale?

Rabito: ¡Ha muerto el Rey Fernando del Paso! ¡Viva el Rey Fernando del Paso!

Rabillo: “La luna cabe entera / en el lugar de los pulmones”. De Tercer cuaderno de música: piezas para piano, Darío Jaramillo Agudelo. XV Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca – Ciudad de Granada, 2018.

Rabico: “Queremos volver a clases, no seguir chupando gases”, del reguetón No soy estudiante, soy Maluma, de #HolaSoyDanny, también conocido como Daniel Samper Ospina.

@EstebanCarlosM

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