Hace poco el “Presidente Eterno” Álvaro Uribe Vélez mostró el cobre. Publicó este exabrupto: “Los falsos positivos parecieron una estrategia para deshonrar la Seguridad Democrática y afectar a un Gobierno que había conquistado cariño popular. Incluso el nombre daría la impresión de haber sido concebido por las mentes maliciosas de quienes debieron gozar con la tragedia que desacreditaba a nuestro Gobierno y a nuestras Fuerzas Armadas”.
Cuando estos asesinatos de civiles inocentes empezaron a ser develados en 2008, el mismo canalla había dicho sin que le temblara la voz de seminarista marrullero: “Los jóvenes desaparecidos de Soacha fueron dados de baja en combate, no fueron a recoger café, iban con propósitos delincuenciales y no murieron un día después de su desaparición, sino un mes más tarde”.
Y en agosto del año pasado, a manera de excusa, dijo: “Me engañaron los soldados (…) me dijeron que unas personas habían fallecido en un combate con el ejército”.
La Comisión de la Verdad, en Hay futuro si hay verdad, explicó o esclareció estos “falsos positivos”, 6.402 hasta el momento, cometidos por héroes de la patria durante el mal gobierno del “Cojón de Oro del Casanare”.
Ahora Octavio Escobar Giraldo, buen médico y mejor escritor, se atreve a ficcionalizar este hórrido capítulo de nuestra larguísima guerra civil con una novela de indignación, desespero y hábil acierto. Se llama Cada oscura tumba (Seix Barral, abril de 2022). En sus 257 angustiosas páginas narra la historia de dos personajes de ficción (toca repetirlo), representativos de los miles de colombianos que sufrieron en carne propia el “cariño popular” de la Seguridad Seudodemocrática.
Melva Lucy es hermana de Ánderson, chico con retardo mental, masacrado por unos milicos para cobrar la recompensa del Ejército, pollos asados, días de descanso, insignificantes ascensos. Bonita ella, algo ingenua pero persistente, es incapaz de callar ante la perversidad y se enfrenta judicialmente al matarife de su hermanito, un tal Triple Jota, Jefferson Jaramillo Jáuregui. Obvio, nada pasa, como nada ha pasado con las infames declaraciones del “Gran Colombiano”.
El otro personaje es el abogado Gabriel Álvarez Cuadrado, defensor de derechos humanos. Profesional a carta cabal, positivista según sus compañeros de investigaciones en un bufete de idealistas, de chiripa sobrevive a amenazas e insidias de los chafarotes del body count (conteo de cuerpos de enemigos muertos), política sanguinaria del “Innombrable”.
Las vidas de Melva Lucy y el doctor Álvarez Cuadrado se cruzan y entrelazan en una parábola de intriga, ilusiones, fracasos o esperanzas. Cada oscura tumba es una novela política: no una novela panfletaria. Inmenso logro de Octavio, pues, a mi juicio, los colombianos quieren que la realidad sea como un cuento de hadas y que los cuentos de hadas sean como la realidad. Muchísimos lectores esperan que los escritores escribamos novelas como si fueran artículos periodísticos y que los periodistas hagan noticias como novelas. ¡Por favor!
Lean Cada oscura tumba y comprobarán que “la realidad debería estar prohibida”, como testimonia uno de los verbatim menos descabellados de don Pedro Almodóvar. Querido Octa: gracias plenas por tu coraje.
Rabito: “Una culpa más, que confirmaba que su vida seguía siendo la misma, siempre rota, siempre a punto de volver a empezar, siempre una decepción”. Octavio Escobar Giraldo. Cada oscura tumba, abril de 2022.