Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
García Márquez era un veinteañero cuando entró a trabajar en El Universal, de Cartagena.
GARCÍA MÁRQUEZ ERA UN VEINTEAñero cuando entró a trabajar en El Universal, de Cartagena. A destajo escribía de todo y sobre todo: política, reinados de belleza, libros, cine, crímenes, bohemia. Tenía un maestro mítico, Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción al que después inmortalizaría en una o dos novelas. Poco se sabía de Gabo en aquella época, hasta que un periodista recién graduado se dio a la tarea de rastrear sus huellas. Recogió la búsqueda en un libro imprescindible: Un ramo de nomeolvides. García Márquez en El Universal (Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, segunda edición, Medellín, 2013) ¿El reportero? Gustavo Arango, hoy en día profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad del Estado de Nueva York (Oneonta).
Yo leí Un ramo de nomeolvides y quedé cautivado. Por los personajes, esos cuchitos casi octogenarios que a la mención de sus travesuras juveniles brincan de la dicha. Por la transcripción de las columnas de Gabo en esos años. Por la escrupulosidad de la investigación y la contextualización. Por la nitidez. “Este hombre tiene una versión mejor que la mía”, dijo García Márquez. Y añadió: “Conoce de mi vida más que yo”.
El año pasado Arango publicó Santa María del Diablo (Ediciones B), “la delirante y triste historia de la primera ciudad española en Tierra Firme”, International Latino Book Award 2015, de la American Library Association, como mejor novela histórica en español. Quedé aún más fascinado. Ya se sabe: en una novela histórica lo decisivo no es la verdad histórica sino la verdad literaria. Y en Santa María del Diablo la verdad literaria está hilvanada con filigrana.
Son dos voces paralelas que, como suele pasar en las ficciones, se entrelazan una y otra vez. Por un lado, un narrador omnisciente desgrana la leyenda de Santa María de la Antigua del Darién: coraje, traiciones, intrigas, violencia y más violencia. Santa María llegó a tener 4.000 habitantes, entre indios y españoles, mientras Madrid apenas tenía 3.000, entre príncipes, curas, sifilíticos y plebeyos. Esa voz nos cuenta las vicisitudes de Balboa, el Adelantado del Mar del Sur, y de su némesis, Pedrarias Dávila, llamado “la cólera de Dios”, por su crueldad sin límites.
La otra voz es la del entrañable Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la Historia General y Natural de las Indias, crónica de los primeros 50 años de la conquista española. Arango recrea a Oviedo con sensibilidad y maestría, en un castellano casi antiguo, repleto de palabras sin uso desde hace cuatro o cinco siglos, como, por ejemplo, “dilúculo”, “última de las seis partes en que se dividía la noche”.
Estas dos voces, cada una a su modo, redondean el final. “En pocos días no quedó un solo vestigio del delirio al que los españoles llamaron Santa María. Los ruidos de la selva regresaron. El perezoso volvió a entonar su canto escalonado, los grillos afinaron sus violines, y las ranas estaban tan contentas que cantaron sin sosiego hasta quedar enronquecidas”, concluye la voz omnisciente. Y Oviedo, el ficticio Oviedo, el Oviedo de Arango, antes de morir, acepta su destino y cae en un infierno en el que ha sido, es y será “el gobernador perpetuo de Santa María del Diablo”. Qué delicia de novela.
Rabito de paja: El inspector Kurt Wallander quedó huérfano. Su creador, Henning Mankell, descansó en paz. ¡Larga vida a sus libros!
