Hace poco me acordé de una vez que salí a parrandear con unos amigotes y sus mujerzuelas, digo, damiselas. Fuimos a un bar requetefamoso en el barrio Colombia, cuyo nombre no mencionaré por culpa de lo que aquí les cuento. Queda en el segundo piso de un antiguo taller industrial y para entrar hay que hacer una fila de media cuadra, por lo menos.
Cuando llegamos estaba lloviznando y abundaban los paraguas. En la puerta había un macancán, casi 2 m de alto y 1,80 de ancho, 90 kilotones. Calvo. Maduro. Profesional. Buenas noches, decía con cortesía. Buenas noches. Bienvenido. Adelante, por favor. Requisaba con una paleta electrónica,...
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