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Sólo a un godito sin agüeros como Juan Esteban Constaín se le podía ocurrir la idea de pensar y escribir un libro así: Álvaro. Su vida y su siglo (Literatura Random House, julio de 2019, 435 páginas). No es una biografía en sentido estricto ni un repaso de historiografía: es un ensayo, un largo ensayo, una reflexión sobre el transcurrir intelectual y existencial de un caudillo sin parangón en Colombia.
Constaín se empeña en mostrar y demostrar que Álvaro no fue tan monstruo como el papá, Su Excelencia Laureano Gómez Castro, presidente de la República, 1950-1953, alias el Monstruo. En mi opinión, personal e intransferible como las tarjetas de crédito, Juan Esteban logra su propósito a cabalidad. Cuando joven, Álvaro era fanático, rezandero, jesuita a la antigua, ultracatólico, radical, enemigo acérrimo de sus enemigos y amigo leal de sus amigos. Fue mudando o mutando con la deriva de los años, gracias a la práctica de la introspección, el análisis, la lectura, la escritura o la pintura. Y a los reveses de la política, desde el golpe de Estado del teniente general Gustavo Rojas Pinilla, alias Gurropín, que usurpó la Presidencia a Laureano, hasta su secuestro por el M-19 en 1988, que lo llevó a buscar “un acuerdo sobre lo fundamental”: la Constitución de 1991.
Una vida, una historia. A finales de marzo de 1949, hace ya más de 70 años, El Tiempo, del liberal Eduardo Santos, decía que “el conservatismo es la tradición estancada, el pretérito muerto”. Y El Siglo, del conservador Laureano Gómez, respondía, palabras más, palabras menos, que los liberales eran un instrumento del comunismo y que el Partido Liberal hacía parte de un engranaje internacional para acabar con los valores de la Iglesia de Cristo y entronizar en su lugar a Karl Marx. Ternuritas. Con razón incendiaron este país en una hecatombe sin fin de sangres negras, desquites, pájaros y chusmas. Lo que es la vida: después del secuestro, Álvaro terminó aliándose con Antonio Navarro Wolff, del Eme, castrocomunista, santero, brujeril, seudomarxista.
La osadía de Constaín es paradigmática. Afirma, por ejemplo, que La revolución en América, de Álvaro Gómez, supera a El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, y a La invención de América, de Edmundo O’Gorman: “Es un texto más agudo, más erudito, más sabio, incluso mejor escrito”. Habrá que ver. ¿Fue Álvaro Gómez un intelectual incomprendido y desairado por las masas? No sé. Mejor dicho, sí sé, pero me callo para evitarme la crucifixión gratuita de los adversarios del cambio, el movimiento, la evolución del pensamiento. La claridad conceptual y la destreza expositiva de Álvaro, en los editoriales de su periódico o en los discursos de sus múltiples campañas electorales, deberían ser imitadas por los politicastros de hoy, deslumbrados ante los 140 caracteres de Twitter.
Este libro de Constaín es un reto, un infrecuente desafío para creyentes, escépticos o despreocupados. Menos para los sectarios de hoy y de siempre. ¡Albricias, semitocayo!
Rabito: “La verdad es que el actual Gobierno se ha limitado a criticar la estrategia de paz de la anterior administración, la cual fue un esfuerzo arriesgado, valiente y costoso que todos los colombianos en su momento apoyamos, y no ha tenido las agallas para presentar otra distinta a la consideración del país”. Álvaro Gómez Hurtado, 1987.
Rabillo: “Todo el mundo cree en las atrocidades del enemigo y descree de las de su propio bando”. George Orwell.
