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Este rey sí vivirá para siempre

Esteban Carlos Mejía

24 de septiembre de 2022 - 12:30 a. m.

El pasado domingo 11 de septiembre murió en Madrid (España), a la venerable edad de 70 años, el mejor escritor en lengua española, mi ídolo, mi profeta, mi amigo imaginario, su majestad Xavier I, rey de Redonda por la gracia de sí mismo y la veleidad de sus millones de súbditos.

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Xavier I, conocido en la vida mundana como Javier Marías, fue un dechado de virtudes literarias. Narrador inefable, era capaz de pasar un camello por el ojo de una aguja, y aquí utilizo la palabra camello en su significado de tejido fuerte e impermeable, generalmente de lana o también, a mi manera de entender las cosas, cuerda gruesa y burda de los pescadores del lago de Galilea.

Una obra inmarcesible. Inmarchitable, pues. Si es un cuento, los cuentos de Marías levitan sobre la chabacana realidad poscontemporánea. Si es un ensayo, sus ensayos revelan ignotas verdades sobre el tiempo o saberes que no se sabe que se sabían. Si es una columna de opinión, sus columnas enardecen a los mediocres, enamoran a sus fans y encharcan los ojos de los piantados de este mundo que está lleno de duras razones. Ahora bien, si es una novela, sus novelas elevan el oficio de escribir hasta alturas inalcanzables como cuerpos gloriosos de papel y tinta.

Javier Marías vivirá para siempre. Bueno, al menos mientras se sigan leyendo y reeditando sus libros, mecanografiados hoja por hoja y corregidos a mano. Para empezar a gozar con su obra, recomiendo Mañana en la batalla piensa en mí, 1994, su octava novela: hábil y despampanante entresijo de mentiras a fondo y verdades a medias. ¡Descansa en paz, querido Javier!

Rabito: “Un día de mediados de noviembre de 1493, Cristóbal Colón pasó delante de un rocoso peñón en medio del Caribe y ni siquiera se detuvo. Le echó un vistazo, lo bautizó con el nombre de Redonda y siguió adelante. Vecino de las islas Antigua y Montserrat, tiene un kilómetro y medio de largo por medio de ancho. Rodeado de duros picachos, nadie ha vivido nunca allí. Sus únicos habitantes son unas aves, especie de pájaros bobos, cuyos excrementos suponen la única riqueza de la isla, los fosfatos”. Quien quiera conocer más intríngulis de esta “micronación ficticia” o sobre la historia de sus reyes puede leer Todas las almas y Negra espalda del tiempo, par de traviesas novelas del mismísimo Marías.

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El caso es que hoy en día el trono de Redonda está vacante. Quizás algunos de los cortesanos más antiguos (Pedro Almodóvar, duke of Trémula; Eduardo Mendoza, duque de Isla Larga; Arturo Pérez-Reverte, duke of Corso y real maestro de Esgrima; Francisco Rico, duque de Parezzo; Juan Villoro, duke of Nochevieja; Alice Munro, duquesa de Ontario; J. M. Coetzee, duke of Deshonra, o John Banville, duque de Infinidades) habrán ya pensado en un sucesor para su alteza real Xavier I. Sí. No. Nunca se sabe.

A todas luces me parece injusto que el monarca de ese cagado peñón en el mar Caribe no sea un escritor latinoamericano. Por eso, yo, Esteban Carlos Mejía, anónimo letraherido de letraheridos, desde mi cambuche en Envigado (Antioquia), antipeñón en las estribaciones de la cordillera de los Andes, propongo que el cetro pase a manos de Juan Gabriel Vásquez, embajador plenipotenciario del reino de Redonda en la República de Costaguana y duke of Ruinas. Sería un heredero idóneo, lector y escritor ferviente, sangre joven en la ya valetudinaria nobleza de la isla. ¡Juan Gabriel I o república! ¡Por la razón o por la fuerza!

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@EstebanCarlosM

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