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Fernando del Paso, profeta mayor

Esteban Carlos Mejía

11 de diciembre de 2015 - 09:00 p. m.

Hace un mes, más o menos, el escritor mexicano Fernando del Paso, a los 80 años de edad, recibió el Premio Cervantes, honor a su talento, espíritu creador y persistencia intelectual.

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Fernando del Paso es uno de mis profetas literarios. Novelista, poeta, cuentista, dramaturgo, ensayista, ex copywriter, dibujante, pintor, es un ícono viviente de inteligencia, honestidad y modestia. Sólo ha publicado cuatro novelas (¡cuatro!), todas magníficas, todas ejemplares, todas inimitables.

En 1966, apareció José Trigo, Premio Xavier Villaurrutia. Es una obra experimental, digamos, con una estructura insólita, espejo de sí misma, dividida en dos partes (Del Oeste y Del Este) unidas por una tercera (El puente), con capítulos que van del 1 al al 9 en Del Oeste y del 9 al 1 en Del Este. Narra, entre otros acontecimientos, un levantamiento de obreros ferrocarrileros en 1959 en el Distrito Federal. Al leerla es inevitable evocar a Rayuela, de Julio Cortázar, o al estilo, a veces errático, a veces luminoso, de James Joyce.

Casi una década después, en 1977, publicó Palinuro de México, más joyceana y más experimental que José Trigo, un tour de force de imaginación, mordacidad y desproporción. Cuenta la vida de un estudiante de medicina, Palinuro, y su novia, Estefanía, ambientada en Ciudad de México. Capítulo memorable es la crónica de la represión (la matanza) en la Plaza de las Tres Culturas, durante las revueltas juveniles de octubre de 1968, resonancia en América Latina del mayo francés.

Con su quizás inconsciente pulsión de escribir novelas cada diez años, en 1987 apareció Noticias del Imperio, su obra cumbre, inmarcesible, lectura gozosa, sublimación de sublimaciones. En 1861, el Presidente Benito Juárez suspendió los pagos de la deuda externa mexicana. Esta suspensión sirvió de pretexto al entonces emperador de los franceses, Napoleón III, para enviar a México un ejército de ocupación, con el fin de crear una monarquía al frente de la cual estaría un príncipe católico europeo. El elegido fue el Archiduque austríaco Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien a medidados de 1864 llegó a México en compañía de su mujer, la Princesa Carlota de Bélgica. La novela recrea ese hecho histórico y “el destino trágico de los efímeros Emperadores de México”. Maximiliano murió fusilado en 1867 y Carlota lo sobrevivió hasta 1927, aislada en castillos y palacios, demente, multimillonaria, anclada en las nebulosas de amor a su princípe azul: “Yo soy Carlota Amelia, Regente de Anáhuac, Reina de Nicaragua, Baronesa del Mato Grosso, Princesa de Chichén Itzá. Yo soy Carlota Amelia de Bélgica, Emperatriz de México y de América: tengo ochenta y seis años de edad y sesenta de beber, loca de sed, en las fuentes de Roma”. Y así por 668 páginas de inigualable lirismo.

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En 1995, Fernando del Paso publicó Linda 67. Historia de un crimen, deliciosa novela policíaca, plena de ironías y alusiones sarcásticas al mundillo de las agencias de publicidad, ejemplo de divertimento y precisión en la trama.

El Premio Cervantes, como cualquier premio literario, es una vana gloria. Más allá siempre queda la obra. Y la literatura de Fernando del Paso es inestimable.

Rabito de paja: “Una novela es una obra de arte y su perdurabilidad no proviene de injusticias milenarias o de interesados anacronismos”. Juan Gustavo Cobo Borda, La vorágine. José Eustasio Rivera / Breviario arbitrario de literatura colombiana. 2011.

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