Tengo cita con mi dermatóloga, dice mi amiga Isabel Barragán. ¿Qué te pasó?, me inquieto al instante. ¿Qué tenés? Nada, vanidad, responde con una risita retorcida de muñeca de bolero, altiva, flexible, suspicaz*, divina no es palabra. ¿Me acompañas?
En la sala de espera solo hay mamacitas. Medellín es la ciudad de Colombia con más muchachas hermosas por metro cuadrado, pienso, pero callo. Nadie como tú, eso sí, mascullo** sin darme cuenta. Isabel desdeña el piropo con un gesto ecofeminista. Abre el bolso y saca un libro. Se llama Intento un verso de espíritu leve, antología del poeta Gustavo Adolfo Garcés, en la Colección Homenajes del Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Aquí han publicado a algunos de mis poetas preferidos, dice. Poetas colombianos, quiero decir. Y para no meterse en líos los menciona al azar. José Manuel Arango. Darío Jaramillo Agudelo. Juan Manuel Roca. Maruja Vieira. Juan Gustavo Cobo Borda. Raúl Henao. Víctor Gaviria. Jotamario Arbeláez. Giovanni Quessep. Cada nombre evoca una atmósfera, un recorrido, un destino.
¡Y Garcés!, exclamo entusiasmado. ¿Vos lo conocés?, me pregunta Isabel. Somos amigos de más de media vida. Este tipo, dice ella, escribe poemas breves, precisos, entrañables. No son haikús***, explica sin pose ni pretensión. Son meros rayos de luz, según dijo Oscar Wilde que debería de ser la poesía. Oye, y lee con voz serena: “Mis amigos”. “Tuve un insomnio feliz / pasé la noche en vela / pensando en mis amigos / increíble tanta risa / en la memoria”. Isabel y yo sonreímos dichosos.
Oye este otro, agrega: “Pájaro”. “Aparte / de todo / tiene la virtud / de volar”. La poesía debe sugerir, me atrevo a suponer, a riesgo de que me rectifique o contradiga. La antología incluye versos de siete libros, desde Breves días, Premio Nacional Colcultura de 1992, hasta En lugar de otros, de hace tres años, pasando por el insólito Hasta el fin de los números, en 2012. ¿Por qué insólito?, pregunto. Porque es una catarsis sobre los enigmas detrás de los números. Vea, pues, me abochorno por mi ignorancia. Por ejemplo, mira el “360”: “El deseo / tiene más dedos que el verso”. Eso siempre me pasa a mí, se me suelta la lengua. ¡Iguazo!, me recrimina Isabel. ¡Eres un iguazo! Suspira sin razón y vuelve a leer: “Dificultades de la poesía”. “La idea era / beber un poco / ponernos alegres / pero nos emborrachamos / en exceso / y lo que hicimos / fue tener una opinión / demasiado buena / de nosotros mismos”. Ahí está pintado Garcés, me alegro.
Estoy contigo, dice Isabel. La poesía debe insinuar, no esclarecer. Por eso “Babel” es uno de mis poemas preferidos: “¿Qué hace / el andamio / en la colina?”. Voy a decir que no entiendo cuando de pronto la luz se hace en mi cabeza. Joder y jolines, digo a lo españolete. ¡Salud, Garcés!
Rabito: “—¡Y ahora es chiquitito y suave como un capullito de vida! —dijo, cogiendo en su mano el pene suave y pequeño—: ¿No es encantador? ¡Tan suyo, tan extraño! ¡Y tan inocente! ¡Y entra tanto dentro de mí! Es mío también. No es solo tuyo. ¡Es mío! ¡Y tan hermoso y tan inocente!”: D. H. Lawrence. El amante de lady Chatterley. 1928.
Vademécum: *Suspicaz: Propenso a concebir sospechas o a tener desconfianza.
**Mascullar: Hablar entre dientes o pronunciar mal las palabras, hasta el punto de que con dificultad puedan entenderse.
***Haikú: Composición poética de origen japonés que consta de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente.