¿Cómo se llamaba el abuelito gringo de Gabriel García Márquez? ¿Ah? Sherwood Anderson. Él fue el papá literario de William Faulkner y Faulkner fue el taita intelectual de Gabo. Ergo*, Sherwood fue el abuelito y Gabriel el nietecillo.
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Nacido en 1876 en Camden, villorrio al suroeste de Ohio, Sherwood era nervioso, matrimonial (se casó cuatro veces en menos de 30 años), inteligente, mordaz o medio cínico. Y un escritorazo. Su obra más reconocida es Winesburg, Ohio, 22 cuentos que se pueden leer como una novela. Winesburg es un territorio ficticio o mítico, quizás el primero en América, seguido por el entrañable condado de Yoknapatawpha de Faulkner, Comala de Rulfo, Macondo de García Márquez, Santa María de Onetti, el estado Plan de Abajo de Jorge Ibargüengoitia en México y el oasis de Pampa Hundida de Carlos Franz en Chile. Allí pasa la vida de George Willard, desde la niñez hasta su salida o fuga del pueblecito.
El libro fue recibido con críticas plausibles*. Eso sí, algunos protestaron por el tono moral, mejor dicho, amoral o inmoral para los puritanos de la época, timoratos* como los de hoy. Hubo también prevenciones sobre su insólito estilo narrativo, mera anticipación de lo que aparecería en la literatura estadounidense: John Steinbeck, Ernest Hemingway, William Faulkner, dicha o éxtasis de letraheridos. Para desquitarse de los mojigatos, Sherwood se fajó seis o siete novelazas. Murió en Colón, Panamá, en 1941: se tragó un palillo de dientes: daños internos irreversibles: peritonitis aguda: the end: ¡no va más!
Cuando tenía 47 años y era famoso, Sherwood conoció a William Faulkner, jovencísimo pichón de escritor. Muy pronto, a pesar del desaliento inicial de Sher al enterarse de que Bill quería ser novelista, se volvieron mentor y pupilo. Poco antes de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1949, Faulkner dijo: “Con Sherwood Anderson aprendí que, para ser escritor, primero hay que ser lo que se es”. Tal cual. Lo que siguió ya es historia sabida. García Márquez en el desamparo de Bogotá leyó a Faulkner y se encarretó con él hasta desbordarlo para flotar por siempre en las aguas del realismo mágico, esa faena que nos hace ver como ciertas las vainas más inverosímiles de este mundo. O del más allá.
Digo lo anterior solo para hacer brevísima alabanza de los escritores de ficción o ficcionarios, parceros y hermanos de leche, hoy en el Día Internacional de Cualquier Cosa. Los ficcionarios escriben porque les da la p… y reverenda gana. Jamás se cohíben ante la página en blanco, embeleco* de cargaladrillos y/o chupamedias de la prensa, aculillados por la censura y, cómo no, por la autocensura. Los ficcionarios creen y, por eso, crean. Crean y hacen. Luego, creen y hacen. ¡Larga vida, parceros!
Rabito: “Creer, creer en el valor de la pureza y creer más. Creer no solo en el valor, sino en la necesidad de fidelidad e integridad. Afortunado el hombre que eligió la vocación del arte y eligió serle fiel, porque la recompensa del arte no espera al cartero”. Sherwood Anderson a William Faulkner, circa 1925.
Vademécum:
*Ergo: Por tanto, luego, pues. Usado en argumentación silogística. Además, en sentido festivo, como en el presente caso.
*Plausible: Digno o merecedor de aplauso.
*Timorato: Dicho de una persona: Que se escandaliza con exageración de cosas que no le parecen conformes a lo convencional.
*Embeleco: Embuste, engaño.
Definiciones del Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española.