Mi amiga Isabel Barragán, incitante y hermosa como siempre, está forrada en lana (sic). Entre la plata de su marido, ganadero de nueva generación (ojo, no es mafioso ni traqueto ni paraco: sólo es fanático de la estabulación*), y la herencia de un padre visionario, le sobra y le basta para pasarse la vida leyendo. O estudiando. Antes hizo un pregrado en Antropología y una maestría en Hermenéutica Literaria. Ahora le dio por cursar una maestría en literatura policiaca...
Vestida con una falda señorera de corderoy gris y una blusa de seda negra hasta los puños, me mira con simpatía y cinismo mientras acaricia un collar de perlas negras, chiquitas o serias. Son cuatro semestres virtuales en la Université de la Rue Morgue, me explica. ¿Uni qué de la qué?, pregunto, no sin extrañeza. Hace una mueca de desamparo y repite el nombre, sílaba a sílaba. ¿Rue Morgue como la del cuento de Edgar Allan Poe?, me intrigo. Sí, el mismo Poe, el borracho de Baltimore, sonríe sibilina* y añade: creador de Le Chevalier C. Auguste Dupin, ícono de la novela criminal. ¿Y vos por qué estás interesada en esa vaina tan... chabacana?, le digo.
Alza las cejas, reacomoda el collar y se larga con una aclaración de motivos casi interminable. Mira, Mejía, dice, una novela, esencialmente, debe entretener, no lo sostengo yo, por favor, sino William Somerset Maugham. Y entre más inteligente sea la entretención que ofrece, mejor será. Mmm..., exclamo. Mmm o hmm, ¿qué?, replica. ¿Aparte de divertir para qué sirve la literatura de ficción? ¿A ver? Yo callo y el que calla otorga. Una novela debe leerse con placer. Nadie folla obligado, y me saca la puntica de la lengua, rosadita y húmeda, la muy perversa. Vuelvo y callo, vuelvo y otorgo, cómo no.
Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, par de bobalicones, dice con sorna, definieron lo policiaco como “el género clásico de nuestro tiempo”. Un género realista, duro y cínico, agrega. “Exige demasiado talento, demasiado conocimiento, demasiada conciencia”, según dijo Raymond Chandler, Ray de mi corazón, bisabuelo de la novela negra o hardboiled. Las novelas policiacas te hacen ver la realidad de un modo distinto, sin asomo de pretensión ni solemnidades intelectualoides, sin pedagogía ni tesis ni autoficciones ni nada, mero goce pagano.
El collar de perlas negras ciñe su cuello de cisne hollywoodense con lascivia: ¡esta mujer me enloquece! Por el momento, dice a las volandas, tengo entendido que hay dos grandes tipos de novelas criminales. Novelas enigmas, en donde lo principal es develar un misterio oculto o semioculto. Ejemplos: las obras de sir Arthur Conan Doyle con las andanzas de Sherlock Holmes o las novelas de Agatha Christie y su remilgado detective Hercule Poirot. Sipi, cabeceo. Y novelas realistas, mímesis* de las sociedades contemporáneas con sus inmundicias cotidianas, dice. Verbigracia, hoy en día, las obras de Élmer Mendoza y su policía Édgar “el Zurdo” Mendieta en Culiacán, Sinaloa, ni más ni menos, o la hilarante trilogía de Eduardo Mendoza y Rufo Batalla.
Abro los ojos, encantado. Charlie, deberías meterte a hacer la maestría conmigo, me ruega, no sin ambigüedad. Va a tocar, acepto. Y suspiro, suspiro, suspiro.
Vademécum:
* Estabulación: Meter y guardar ganado en establos.
* Sibilina: Misteriosa u oscura, a veces con apariencia de importante.
* Mímesis: En la estética clásica, imitación de la naturaleza que como finalidad esencial tiene el arte.