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La más reciente novela de Juan Gabriel Vásquez, La forma de las ruinas (Alfaguara, 2015), tiene algo de quijotesca.
Digresiones, incisos, relatos que no tienen nada que ver con el relato principal, personajes que entran y desaparecen de un momento a otro, peroratas sobre política, conspiraciones, literatura, más incisos, nuevas digresiones: un reconocimiento al poder de la ficción de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel Cervantes Saavedra, pleno de ramas que le brotan por doquier al cogollo de la historia.
Un lector acostumbrado a leer expedientes judiciales o manuales de historia puede desconcertarse y hasta indignarse con la narración de Vásquez. Es una novela extensa, 550 páginas, con una estructura envolvente y más o menos compleja. La primera mitad está dedicada a animadas elucubraciones sobre los asesinatos de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, y de John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963. Para los creyentes en las teorías de las conspiraciones todo se vale, juntar lo de más acá con lo de más allá, cavilar, delirar, imaginar culpables, recelar y creer siempre en la existencia de oscuras fuerzas supranacionales, un “monstruo inmoral, el monstruo de muchas caras y muchos nombres que tantas veces ha matado y matará otra vez, porque aquí nada ha cambiado en siglos de existencia y no va a cambiar jamás, porque este triste país nuestro es como un ratón corriendo en un carrusel” (pág. 539).
Tales fantasías llenan la vida de tres de los protagonistas, Carlos Carballo, el doctor Francisco Benavides y el propio Juan Gabriel Vásquez. Carballo es el típico conspiracionista: a Gaitán no lo mató Juan Roa Sierra sino la mano negra de la oligarquía. Benavides, un plácido médico, esconde en su estudio dos “reliquias de muertos ilustres”: una vértebra de Gaitán en la que impactó una de las balas y la calota (parte superior del cráneo) del general Rafael Uribe Uribe, asesinado en Bogotá el 15 de octubre de 1914 por dos carpinteros, Galarza y Carvajal.
El cuarto protagonista, el más entrañable, es Marco Tulio Anzola, joven abogado bogotano que, a pedido de un hermano de Uribe Uribe, realiza una pesquisa particular sobre el crimen, llegando al asombroso resultado de que los asesinos no actuaron solos, sino que fueron las marionetas de una conspiración urdida por el jefe de la Policía, curas jesuitas y políticos del sacrosanto Partido Conservador.
A diferencia de El ruido de las cosas al caer (2011), cuyo desenlace me parece lánguido, Vásquez se ingenió esta vez un final satisfactorio, sagaz y plausible. En La guerra del fin del mundo, Mario Vargas Llosa se basa en Os Sertões, de Euclydes da Cunha, para reconstruir literariamente la vida, pasión y muerte de Antonio Conselheiro, en Canudos, al nordeste brasileño. En La forma de las ruinas, Vásquez toma un libro adusto y aburrido, ¿Quiénes son? —las conclusiones de Anzola sobre el crimen de Uribe Uribe— para recrear el espíritu de este descubridor de conspiraciones, perdido ya en la remota oscuridad del olvido.
Que me perdonen las malquerientes de Juan Gabriel Vásquez, pero La forma de las ruinas es una novela madura, lúcida y bella. Y ahí les quedo.
Rabito de paja: “Eso es el pesado: un relato, un relato construido sobre otro relato.” Juan Gabriel Vásquez. La forma de las ruinas, noviembre de 2015.
