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La marcha LGBTI es más alegre que el Desfile de Silleteros

Esteban Carlos Mejía

10 de agosto de 2019 - 02:00 a. m.

Voy a contarles una de las experiencias más hermosas y estimulantes de mis años recientes. Hace unas semanas fui con mi mujer a la marcha LGBTI en el centro de Medellín.

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En la esquina de Junín con Maracaibo, a una cuadra del parque donde las palomas glorifican con sus evacuaciones la estatua del libertador Simón Bolívar, compré una bandera arcoíris, símbolo de esa comunidad. El vendedor, un cuchito desdentado y guasón, me advirtió que ese domingo también era la procesión del Sagrado Corazón de Jesús, una romería a la que yo iba cuando niño. Tenga mucho cuidado, parcero, agregó el viejito. Fíjese bien, no se vaya a equivocar de desfile, porque si en la procesión lo ven con esa bandera, seguro se la enrollan, se la meten por el chiquito y ahí sí le toca ir por obligación a la marcha de los del otro equipo. ¡Maldito cucho socarrón!

Bandera en alto nos paramos en la avenida Oriental con Bolivia. Faltaba media hora para el desfile y ya había centenares de curiosos en las aceras. Los más antiguos éramos mi mujer y yo. Unas peladitas de un colectivo lésbico nos pidieron permiso para tomarnos una foto: tremenda selfi. Mi mujer con las canas al aire y una sonrisa de contentura. Yo, ondeando el arcoíris. Nos pusimos a charlar con cuatro muchachos, uno en muletas. Me esguincé el tobillo por ponerme a ver pelados, dijo. Con desparpajo, a las carcajadas, nos contaron su iniciación como gais. Yo me reconocí marica a los 12 años, dijo el más viejo, pero este —y señaló a otro de sus amigos— sí empezó a putiar a los diez. El aludido hizo una falsa mueca de bochorno. Sí, contestó de buen genio, pero nunca me he acostado con mujeres, como vos, ¡gas! Y entre risotadas nos contaron sus traiciones.

En esas nos envolvió la marcha. Personas de dos sexos y de cinco o seis géneros caminaban, cantaban, bailaban, reían, gozaban. Con vestidos más o menos estrafalarios, transparencias, lentejuelas, máscaras, mireya, el día primaveral los inspiraba. He estado en muchísimas manifestaciones en mi vida: todas de la izquierda moirosa. Casi siempre el susto a ser golpeado, encarcelado, herido o muerto empezaba a alterarme los sentidos mucho antes de las impetuosas performances del benemérito Esmad. Esta vez no sentí ni miedo ni confusión: solo cordialidad. Con razón se llaman gais, pensé en voz alta al acordarme de que gay en inglés quiere decir algo así como alegre, feliz, jovial. Todo era una mezcla de acto político, carnaval de disfraces, rumba, risas: un jolgorio del deseo. Con sus gestos de bienestar y sus canciones y sus palmas y sus bailes la multitud gritaba a los cuatro vientos de la pútrida Antioquia una verdad incuestionable: mi cuerpo es mío, de nadie más, y me lo gozo como a mí me dé la gana. ¡Afrodita los bendiga!

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Rabito: Iba a escribir sobre el primer año de (des)gobierno de Iván Duque. Me dio jartera. Con una palabra basta: patético. Y ahí les quedo a su buena voluntad.

Rabillo: Con cariño, para mi amigo Mauricio García Villegas: “El ensayo es un género difícil. En uno de sus extremos colinda con el tratado; en el otro, con el aforismo, la sentencia y la máxima. Además, exige cualidades contrarias: debe ser breve pero no lacónico, ligero y no superficial, hondo sin pesadez, apasionado sin patetismo, completo sin ser exhaustivo, a un tiempo leve y penetrante, risueño sin mover un músculo de la cara, melancólico sin lágrimas y, en fin, debe convencer sin argumentar y, sin decirlo todo, decir todo lo que hay que decir”. Octavio Paz. 1991.

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@EstebanCarlosM

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