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Rabo de paja

“La realidad debería estar prohibida”

Esteban Carlos Mejía
10 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.

Al promediar La flor de mi secreto, una película de Almodóvar, de esas en las que no se sabe si reír o llorar a raudales, la ejecutiva de una gran editorial se lamenta en voz alta del destino de una de sus más prolíficas autoras y suelta una frase inmarcesible, como para tallarla en mármol o madera en los escritorios y pupitres de todo escritor: “La realidad debería de estar prohibida”.

Tal cual, parceras y parceros. “La realidad debería estar prohibida”. ¿Para qué agotarnos, enfermarnos, doblegarnos ante lo real? ¿Por qué sufrir con sus zancadillas y trapisondas? Ya no se trata de prohibir lo prohibido, como fantaseaban los utopistas de mayo del 68. Qué va. ¡Ahora hay que prohibir la realidad! Con imaginación, memoria o invención podemos torcerle el cuello a la vida ordinaria y escapar así a la tortura de lo inmamable, lo doméstico, lo común y corriente, lo vulgar.

Este señor, no Almodóvar, obvio, sino este caballero de la estratosfera, aquí a mi lado, figura de alma bendita y cara de yo no fui, ni soy ni seré, este señor, con su más reciente novela, ha triturado el mundo real hasta volverlo añicos, un arrume de escombros de creencias. Hace rato él supo y entendió que escribir ficción es un entretenimiento, la mejor obra de caridad sobre la Tierra. Cuentos y novelas sirven (sólo sirven) para deshilvanar los rudos tejidos de la cotidianidad. Leer es dejar de ser, sentenciaron hace siglos unos sabios taoístas, y este señor lo entiende a cabalidad. Por eso escribe como escribe, sin escrúpulos, con ganas de hacer gozar a los lectores.

No sermonea ni hace pedagogía. No les mete moralina a sus historias: deja que se desenvuelvan por sí mismas, libres y autónomas como en sueños. De manera deliberada se abstiene de inmiscuir dogmas morales o filosóficos en sus ficciones. Al leerlo uno va y viene entre espejos, de la realidad a la ficción o viceversa. Uno se siente en las páginas menos recónditas de Óscar Amalfitano en 2666, de Roberto Bolaño, o se sumerge en los recuerdos de otro Roberto, “el negro” Rubiano, y sus colegiales rebeldes en las verdes colinas de Suba. Y, desde luego, uno flota con liviandad y fruición en los universos literarios de este señor, cosmogonías basadas en una premisa-pregunta: ¿qué tal si las cosas fueran así y no asá?

A este señor no le da pena ni le parece pecado escribir porque sí, escribir para que sus lectores se revienten de risa o se rasquen la cabeza, cavilosos, vueltos un ocho (8) con las disparatadas aventuras del colectivo de sus personajes en un improbable colegio de bachillerato en Bogotá.

Este señor es un berraco y su novela Los iluminados (Tusquets Editores, mayo de 2022) es una berraquera. Este señor, Héctor Hoyos, profesor titular de Literatura en la Universidad de Stanford, Palo Alto, California, es un escritorazo de racamandaca. Y su vocación es hacernos gozar como adolescentes de 16 o 17 años al borde de un ataque no de nervios, sino de libertad. ¡Vítores y aplausos para don Héctor!

Rabito: “Nosotros los iluminados no vemos las cosas como parecen, sino como son. Por eso somos Iluminados. Hablamos de ver y no de entender, porque no se trata de entender, sino de ver. Esta explicación sí hay que entenderla, pero nuestro modo de ver el mundo hay que experimentarlo; es decir, hay que ver el mundo como nosotros lo vemos para entender. Primero ver, luego entender”. Héctor Hoyos. Los iluminados. 2022.

@EstebanCarlosM

 

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