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Letraheridos

Esteban Carlos Mejía

30 de junio de 2023 - 09:05 p. m.

Letraherido es un españolismo de poco uso en Colombia. Por ahora. Porque después de leer esta columna creo que será una de sus palabras más entrañables, como me pasó a mí hace unos años cuando la oí por primera vez en boca de Juan Gabriel Vásquez en una charla en Medellín. Me dijo, por escrito y todo, que yo era un letraherido. ¡Modestia, apártate!

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Es un adjetivo y significa: “Que siente una pasión extremada por la literatura. U. t. c. s. (Usado también como sustantivo)”. Los letraheridos aman (amamos) la ficción por encima de todas las cosas. Como dice un personaje de Almodóvar, creen (creemos) que “la realidad debería estar prohibida”. Abundan los ejemplos.

Los letraheridos rompen en inconsolable llanto cuando en Bomarzo, de Manuel Mujica Lainez, el duque Pier Francesco Orsini, “contrahecho, cínico e intrigante”, presencia la muerte atroz de su hijo en la batalla de Lepanto sin poder hacer nada por salvarlo. Y gozan hasta el delirio con las mujeres de Borges; no, por cierto, la lánguida viuda, sino las divinas Matilde Urbach y Emma Zunz. Su ánimo pivotea de un lado a otro en un estremecedor ping-pong espiritual durante las discusiones de Ludovico Settembrini y Leo Naptha en La montaña mágica, de Thomas Mann. O levitan a media altura cuando Hans Castorp, alienado por el amor, le ruega en francés a Clawdia Chauchat: “Laisse-moi toucher dévotement de ma bouche l’Arteria femoralis qui bat au front de ta cuisse et qui se divise plus bas en les deux artères du tibia!”, es decir: “¡Déjame tocar devotamente con mi boca la arteria femoralis que late en la parte delantera de tu muslo y que se divide más abajo en las dos arterias de la tibia!”, según la cuasimacarrónica* traducción de Google.

Las letraheridas suspiran, lagrimean y sufren con las vicisitudes de madame Bovary y Ana Karenina, usadas, maltratadas, vilipendiadas por sus repulsivos amantes de pacotilla. Palpitan con las vidas de las criaturas de Alice Munro hasta identificarse con algunas de ellas. Leen o releen a Annie Ernaux y se vaticinan buena fortuna y buen desempeño en sus propias existencias. Captan a la perfección el alma masculina con sus anfractuosidades** en Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, profetisa sin par. Se regodean de dicha con los binomios sustantivo-adjetivo de La Ilíada, de Homero, mamotreto de hace veintiocho (28) siglos (¡!): “Alígeros*** pies, maniobreras naves, aladas palabras, hermosas sandalias…”. Tratan de alcanzar con sus manos a Remedios, la bella, cuando asciende a los cielos en cuerpo y alma ante la atónita mirada de Fernanda del Carpio y Úrsula Iguarán en la sabana mítica de Macondo.

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Los letraheridos saben que, a pesar de su eventual incorrección política, Lolita, de Vladimir Nabokov, es un canto de esperanza, mera lujuria lujuriante. Y entienden también que La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, más allá de los crímenes que narra, es una fenomenal novela de amor.

En verdad os digo, los letraheridos son los cronopios de Julio Cortázar. Letraheridos de todos los países, ¡uníos!

Rabillo: Héctor Abad Faciolince, Catalina Gómez y Sergio Jaramillo: ejemplo de coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. ¡Qué temeridad!

Vademécum: “Libro de poco volumen y de fácil manejo para consulta inmediata de nociones o informaciones fundamentales”.

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*Macarrónico: “Usado de forma burlesca y defectuosa”.

**Anfractuosidad: “Cavidad sinuosa o irregular en una superficie o un terreno”.

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***Alígero: “Rápido, veloz, muy ligero”.

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