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Cormac McCarthy es mi profeta más querido. Hace unos veinte años leí por primera vez Meridiano de sangre (Blood Meridian, publicada originalmente en 1985). Y al instante quedé encoñado (sic).
Me atraparon su intrépido menosprecio por las moralinas de cualquier índole, su oposición a los signos de admiración o el punto y coma, el uso reiterativo (y decisivo) de la conjunción copulativa “y” (and, en inglés) en vez de la coma, su habilidad descriptiva y su capacidad para narrar el horror de las violencias.
Después del clamoroso éxito de La carretera (The road, 2006), premio Pulitzer en ficción, Cormac se dedicó a leer en el Santa Fe Institute, en New Mexico. Leyó física, matemática y filosofía. Estudió a grandes pensadores del siglo XX. Grandes pensadores, de verdad verdad: J. Robert Oppenheimer, Alexander Grothendieck y Ludwig Wittgenstein. Con la perspicacia de sus 90 años de edad los incorporó a la ficción en El Pasajero y Stella Maris, sus novelas del 2022.
El Pasajero me pareció rara, desconcertante, enigmática. Va desde un eventual crimen hasta divagar por el inframundo de los quarks, el asesinato de John F. Kennedy, las mafias de New Orleans y la vida del protagonista, Bobby Western, en Formentera, islas Baleares. Rarísima, pero seductora.
Por su parte, Stella Maris es aún más peculiar: un auténtico tour de force. Está narrada sólo a través de las transcripciones de las sesiones de Alicia Western, hermana de Bobby, con un siquiatra en un “centro no convencional y residencia para el cuidado de pacientes psiquiátricos” en Black River Falls, Wisconsin. Alicia es una chica de 20 años, inteligentísima, superdotada (pregrado a los 16 años: renunció a un doctorado para irse a andar por ahí), idólatra de las matemáticas, hermosa, sexy y algo desquiciada para el resto de los universos reales o imaginarios. Sin remedio, yo me enamoré de la loquilla. Hasta me hubiera gustado ser su hermano.
El pasajero y Stella Maris son textos exigentes. Para lectores inconformes o vanidosos, ávidos de entresijos casi imposibles de desentrañar. Lectores de lo intangible y lo políticamente incorrecto. Sin ánimo de ofender, no son aptos para moralistas del siglo XXI, diosas o dioses los acompañen en la mala hora de su actual alienación.
Cormac, cucho del alma, profeta y patriarca, escritorazo inigualable, yo te amo (sic). ¡Larga vida para ti!
Rabito: “–Le dije a mi hermano que estaba enamorada de él y que siempre lo había estado y que lo seguiría estando hasta que me muriese y que no era culpa mía que él fuera mi hermano. Se podría interpretar como un golpe de mala suerte y nada más. Le dije que dimitiera.
–¿Qué dimitiera?
–Sí. De su condición de hermano.
–¿Y cómo iba a hacer tal cosa?
–No lo sé. Dar tres vueltas sobre sí mismo y decir: Condeno este vínculo de sangre.
–Y luego casarse contigo.
–Y luego casarse conmigo. Sí. Aunque se podría decir que los hechos eran más crudos que eso.
–¿En el sentido de que querías acostarte con tu hermano?
–En el sentido.
–Los estigmas del incesto no significaban nada para ti.
–¿Qué quiere que le diga? ¿Que soy una chica mala? […] Quería hacerlo con mi hermano. Desde siempre. Todavía hoy. En el mundo hay cosas mucho peores”. Alicia Western en Stella Maris, de Cormac McCarthy, diciembre de 2022.
Rabillo: “Cormac McCarthy isn’t dead. He’s too tough to die. / Cormac McCarthy no está muerto. Él es demasiado duro para morir. " Los Angeles Times, 28 de junio de 2016, ante una supuesta muerte del escritor.
@EstebanCarlosM
