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Paloma, palomilla, haceme caso…

Esteban Carlos Mejía

09 de octubre de 2021 - 12:30 a. m.

Cada vez que leo, oigo o veo a Paloma Valencia me acuerdo de una canción de Joaquín Sabina, Pobre Cristina, dedicada a la hija del magnate griego Aristóteles Sócrates Onassis, alias Ari, cara de póker.

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Hasta probable que el nombre de Onassis no les diga nada a millennials, centennials y otras especies en vías de próxima extinción. Allá ustedes. Cuando yo era chiquito, Ari era el hombre más rico de este mundo: tabacaleras en Argentina, una flota naviera transcontinental, la aerolínea insignia de Grecia, especulaciones inmobiliarias en Nueva York o en el Mediterráneo, mujeres, limusinas, madonas, yates, doncellas. Un tipo rudo, de armas tomar. Se abrió paso a codazos entre los tycoons de la época. Primero el fin, después los medios. Apasionado, hedonista, de juerga en juerga, durante años fue el amante clandestino de la diva Maria Callas, una pechugona con una voz de soprano que ni entre las diosas del mismísimo Olimpo. Con la esposa tuvo dos hijos, Alexander y Christina. El niño se mató en su avioneta a los 24 años de edad y la niña apareció muerta en una bañera de la mansión de una amiga en Buenos Aires a punto de cumplir 38 años.

A pesar de sus millones, o quizás por eso mismo, la vida de Christina fue una miseria. Con su cara de dólar amortizó cuatro maridos. Desayunaba anfetaminas y alcohol. Guardaespaldas armados la sacaban del Rolls y un semental alquilado le calentaba la suite. No salía a la calle: ni podía ni quería. Con inefable ternura, Sabina le canta: “Sólo yo sé que dice la pura verdad / cuando jura que toda su fortuna daría / por echarse un noviete aburrido y formal / por entrar de oficiala en una peluquería”. O sea, ser una mujer común y corriente. “Cris, Cris, Cristina / suspira y fantasea con que la piropea un albañil”.

Ahora bien… Paloma Valencia. Hace una década, cuando aún no había sido enyerbada por un “rufián de esquina” de cuyo nombre no quiero acordarme, ella era escritora. Al término de una maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York, publicó Otras culpas (Borrador Editores, Lima, 2011, 155 páginas), una colección de 12 cuentos sobre la violencia y el desamparo en Colombia. Confieso que no conozco el libro. Mea culpa, por demás. Pero Aura Lucía Mera y Gonzalo Mallarino Flórez sí lo han leído.

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En enero de 2012, Aura Lucía escribió en El País, de Cali: “Cuentos de perfecta factura literaria, en los que se combinan la tragedia, el desgarro, la inocencia, el amor y el dolor. Estilo original y sin tapujos. Su denuncia a través de la palabra bien escrita. Sus descripciones. Un libro para leer y releer. Paloma Valencia, una escritora para tomar en serio”. Y hace apenas una semana, acá en El Espectador, Gonzalo dijo: “Un libro sumamente bueno. Escrito en un leguaje eficaz, móvil, intenso, revela la visión de una escritora con una aguda y poco corriente sensibilidad”. Joder y jolines. ¡Ojalá alguien escribiera así de mis noveletas! Y Juan Manuel Robles, el insular autor peruano, su compañero en la mentada maestría, me dijo cara a cara en Medellín que Paloma tenía chispa de escritora fina.

Paloma, palomilla, “corazón tierno”, no más idolatría por el canalla. No más mesías. Piensa en ti, madre. Parodiando a Sabina, más te vale ser cuentista de tal que la niña mimada de los ojos de Uri… Como casi todos nosotros, escritores sin gloria ni fortuna, sueña y fantasea con que te piropea un editor. Dale, Paloma Susana, volvé a la literatura. Haceme caso: escribí y salvate.

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@EstebanCarlosM

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