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Pampa hundida

Esteban Carlos Mejía

26 de febrero de 2016 - 09:00 p. m.

En 2005, el escritor chileno Carlos Franz publicó El desierto (Premio Internacional de Novela del periódico La Nación, Buenos Aires): en pocos meses cautivó a críticos, lectores y colegas, desde Sergio Ramírez hasta Tomás Eloy Martínez pasando por Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa.

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Según palabras de Franz, “es una novela fundamentalmente de ideas, con un argumento semipolicial y muy trágico, pero que también tiene elementos de novela erótica y algunos fogonazos de novela esotérica”. Mejor dicho, un irresistible popurrí literario.

¿De qué se trata? 20 años después de su destitución como jueza y de su posterior fuga, Laura Larco vuelve a Pampa Hundida, ciudad fantasmal, ciudad mítica. Al mismo tiempo también regresa el mayor Cáceres, antiguo comandante de un campo de prisioneros en ese lugar. Esta casualidad removerá el pasado de amor y odio, crimen y pasión, que unió a los dos personajes. Pampa Hundida es un oasis en el desierto de Atacama, junto a los salares de Bolivia, a unos 150 kilómetros de Iquique, al norte de Chile. Por supuesto, no figura en Google Maps: es un territorio ficticio, de esos a los que venturosamente ha sido tan proclive la literatura de las Américas.

Uno de los pioneros en concebir un espacio literario más allá de la realidad pedestre fue míster William Faulkner, príncipe de Oxford, premio Nobel en 1949. Lápiz en mano, Faulkner configuró el condado de Yoknapatawpha, en Mississippi. La idea se regó como verdolaga en playa. En México, don Juan Rulfo inventó a Comala y Jorge Ibargüengoitia creó el Estado del Plan de Abajo. Gabriel García Márquez imaginó a Macondo y Juan Carlos Onetti constituyó a Santa María, en las márgenes del río de la Plata, frente a Uruguay. Pampa Hundida, árida, salitrosa, con viñedos y enigmáticos caminos, es el trasunto de Chile, antes y después de la dictadura del general Augusto Pinochet Ugarte, ahorita en los infiernos junto al generalísimo Francisco Franco Bahamonde, caudillo de España por la gracia de Dios, según proclamaba él mismo.

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Fundar regiones ficticias es tentación de escritores. En Colombia, Héctor Abad Faciolince se ingenió Angosta, ciudad de tres climas, urbanizaciones enrejadas, retenes y exclusiones, y Héctor Rojas Herazo se trazó hace años a Cedrón, pueblo imaginario muy parecido a Tolú, Sucre. Hasta yo le he coqueteado al asunto: mi territorio mítico se llama (o se llamaría) Callana, trasunto del valle de Aburrá. Y si no menciono más autores es porque no me acuerdo en este momento, los demonios de la memoria castiguen mis olvidos.

El caso es que Franz no descuidó su creación. En 2008, con reedición en 2013, apareció La prisionera, colección de diez cuentos sobre Pampa Hundida. Diez cuentos impecables, debo decir: más que una descripción geográfica o telúrica del oasis, Franz se inmiscuye en el alma de algunos habitantes de la ciudad, con gracia, sarcasmo, inteligencia, compasión y divina indiferencia. El cuento que da título al libro es una alegoría sobre el amor desigual. La vara narra la encrucijada del juez Thorud: ¿ser o no ser (demasiado) recto, honrado o decente? “Jesusito en New York City” es un jocoso tour de force sobre (o contra) el provincianismo y el chauvinismo. Y así, entre iluminaciones y corazonadas, Pampa Hundida florece en toda su crudeza, penuria y avilantez.

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Agrego algo: La prisionera, de Carlos Franz, me recordó, cómo no, los relatos de Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, villorio concebido antes del condado de Yoknapatawpha y uno de los libros de cuentos más conmovedores que he leído. ¡Larga vida a Carlos Franz!

Rabito de paja: a propósito de Vicky Dávila: “Una periodista no puede aspirar a hacer nada que valga la pena si no despierta grandes odios. Así es como se entera de que su trabajo es apreciado. Lo mismo ocurre con una verdadera dama”. Henry James. Retrato de una dama. 1881.

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