La mujer incierta (Alfaguara, agosto de 2024) es la más reciente obra de Piedad Bonnett, mi poeta preferida. No es un poemario. No es una novela. Tampoco son memorias. Es un relato autobiográfico. Como lo aclara ella misma al principio, “la que aquí habla es una mujer de una generación que aspira a iluminar, desde la singularidad de sus vivencias, cómo nos determinan el origen, la política, la educación, la religión, el género, el momento. Y que se pregunta por el papel de la libertad, el azar y el destino”.
Vaya si lo ha logrado. Es un relato cautivador que va de su infancia entre la soberbia de las montañas de su pueblo natal al nordeste de Antioquia hasta la íntima exaltación de los atardeceres de Bogotá en Sears o Teusaquillo, pasando por vicisitudes y vicariaciones de toda índole: la maternidad, la depresión, el éxito, las novelas, el duelo... Ante todo, Piedad es una letraherida, esa entrañable palabra que al oírla o leerla nos enternece el alma y su sucedáneo, el cuerpo que habitamos o nos habita.
Un epígrafe de Margarita García Robayo parece anticiparse a las confidencias del libro: “Aunque mucha gente cree que al escribir uno se desnuda, en realidad uno se disfraza”. Sin embargo, a mi modo de leer, Piedad Bonnett como escritora ni se desnuda ni se disfraza en este texto: es una mujer real, pero incierta; falible, pero inteligentísima para conocerse y reconocerse, sin ambages, rebelde, vertical y sinuosa según convenga a su narrativa, poco o nada convencional, firme, honesta, una escritora de racamandaca.
Su vasta y exquisita cultura es un acicate para leer más y mejor. Enriquece cada página con citas pertinentes, auténticos insights de conocimiento. Analiza, o sea, desmenuza, los intríngulis de la vida en Colombia. Por ejemplo, mandamientos, pendejadas, vulgaridades y manías de la, digámoslo con caridad, idiosincrasia paisa, son descritos a la perfección en un capítulo magistral, De dónde vienes, cuya lectura sugiero a quienes creen que la avilantez de la autoproclamada “raza antioqueña” surgió de la nada o cayó del cielo. Obvio, recomiendo todo, cada página de veracidad sin par. Las viñetas al final de cada capítulo (se titulan La espera) sobre sus padres conmueven hasta la risa o el llanto y nos previenen ante el agobio de la vejez y la enfermedad.
Para mí, leer es dejar de ser. Y escribir es ser. La vida narrada por Piedad es un continuum de voluntad y perseverancia alrededor de una elección, una vocación, según dirían las monjas del internado que tanto la atormentaron: la literatura. La mujer incierta es la culminación de años y años de ejercicios de mímesis, desde los poemas de adolescencia hasta la finura y la contención y la precisión y la belleza sin escrúpulos de ahora. ¡Gracias, Piedad, por tus desobediencias!
Rabito: “Conquistar el placer que se nos ha escamoteado desde niños, deshacernos del constreñimiento, de la consciencia culposa por gozar del ocio, del mandato del superyó que nos dice que todo debe ser rigor y orden, soltarnos a la noche sin ponernos una línea roja, puede llevarnos toda la vida”. Piedad Bonnett. La mujer incierta, 2024.
Rabillo: “Que las mujeres íbamos en desventaja por el mundo lo supe pronto, de modo que cuando empecé a enviar poemas a concursos opté por usar seudónimos masculinos”. Ídem.
Rabico: “Sé que suena a lugar común, a romantización, a treta dramática, pero aun así voy a decirlo: escribir literatura tiene mucho de rapto, de posesión”. Ibidem.