Parece una maldición. Algunos por instinto natural y otros por servidumbre cultural, tendemos a fijarnos primero en lo que nos falta y después, mucho más tarde, en lo que tenemos. O nos sobra. Codiciamos la elegancia del carro del vecino, la opulencia de su billetera, las curvas de su esposa. Nos embobamos por conseguir lo que no poseemos. Y así se nos va la vida.
Hace ya casi 2.000 años prosperó un escritor que, según sus propias palabras, se dedicó “a la ficción de un modo mucho más descarado que los demás”. Se llamaba Luciano y vivió en Samosata o Samósata, cuyas ruinas duermen hoy bajo las aguas del embalse de...
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