Mi amiga Isabel Barragán, fragante y hermosa, llega berraca. Emputada, de verdad. No se deja dar ni un piquito. ¡Qué descache esta novela!, exclama mientras saca de su mochila de Cumare un libro con una carátula kitsch, mitad mañé, mitad naíf. Es La conjura contra Porky (Alfaguara, 139 páginas), la más reciente novela de Fernando Vallejo.
Sí, mero desacierto, opino yo, pues a mí tampoco me gustó. El inicio es alentador, dice Isabel, rasguñando la portada. El narrador en primera persona del singular anuncia sin inmutarse que se acaba de matar en la Basílica Metropolitana de Medellín. Se pegó un tiro en alguna parte, con una canción de Cuco Sánchez al fondo. Y a renglón casi seguido informa que “semanas después estalló la guerra nuclear”. No quedó nada en la Tierra: ni cucarachas. ¡Fantástico!
Yo pensé, si así va a ser todo, este man se la solló, le indico a Isabel, y trato de arrebatarle el libro antes de que lo destroce. Pero no, digo a continuación, Vallejo fue incapaz de dejar sus obsesiones y la cagó. Isabel me censura con la mirada y por un momento suspende la matazón de la carátula. De la magia del principio, dice, el narrador pasa sin ton ni son a una sarta de jeremiadas de escasa consistencia intelectual sobre las teorías de Newton, Darwin o Einstein, y también se enfrasca en una diatriba contra Vélezsabio, trasunto del honorable matemático Antonio Vélez Montoya, al que no duda en castigar con la enfermedad de Alzheimer para poco después darlo por muerto. Esas jeremiadas, como vos decís, le comento a Isabelita, revelan el atraso intelectual del narrador y/o de su creador. Es como si no hubiera estudiado ni leído a grandes pensadores del siglo XX como Stephen Hawking, Kurt Gödel, Alexander Grothendieck o Ludwig Wittgenstein.
Así es, me confirma ella. La conjura contra Porky no se parece en nada a El pasajero / Stella Maris, de Cormac McCarthy, o a La broma infinita, de David Foster Wallace, en donde la ilustración científica reina con esplendor. Lo de Vallejo, el autor, es pura ciencia bruta de culebrero paisa, digo, ya sin cautela, diosas y dioses perdonen mi osadía. A punta de uña, Isabel ha terminado por arrancarle el sombrero al presunto Dick Tracy de la portada. Además, se sulfura ella a lo bien, el narrador es tan católico, apostólico y romano como Jaime Sanín Echeverri, abuelito de la intocable Carolina Sanín, el más godo de los escritores godos de la ultragoda Antioquia.
Me río a placer: Lo peor es que Vallejo, el autor, ni siquiera llega a anarquista de derecha, según ahora me arrepiento de haber dicho en un programa de radio. Es un párroco sin sotana, un monje sin tonsura, un goliardo sin gracia. Su presunto anticristianismo, dice Isabel, y lee al pie de la letra, “odio a los pobres y a la religión cristiano-limosnera, invento de Cristo el llagoso y de Pablo el pedigüeño”, da grima. Es el delirium tremens de un abstemio, concluye, y me pasa el libro a ver qué hago con él.
Ahora bien, según decían los columnistas de antaño, si el “yo” de La conjura no es una criatura de ficción sino el mismísimo escritor de la novela, pues entonces, amiga, Fernando Vallejo Rendón está jodido, apunto. ¡Requetejodido! Parece el Rodolfo Hernández de la literatura colombiana. Ay, Mejillón, nos van a crucificar, se carcajea Isabel. Ese man tiene vicarios por doquier. Dios proveerá, le contesto con fuerza y fe. Yo también fui católico.
Rabito: “¿Repetirme yo? Se repite la fuente cuando canta”. Fernando Vallejo. La conjura contra Porky. Febrero, 2023.