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Mi amiga Isabel Barragán está despampanante. Su carisma erótico y (también) espiritual se le desborda por la piel. Sonríe, y el sol sonámbulo de Medallo pestañea envidioso a lo lejos. Tiene el kerning preciso.
¿Kerning? Es un proceso técnico, traducido a veces como ‘interletraje’, que consiste en ‘ajustar el espaciado entre los caracteres de una fuente tipográfica para lograr un resultado visualmente agradable’. O sea, el ajuste entre las partes de Isabel es casi celestial, las baronesas del feminismo condonen mi desfachatez.
Estamos en Olé, bar de tapas organic, en el Patio de las Azaleas, Jardín Botánico, plena Fiesta del Libro y la Cultura. “No sólo de letras viven los hombres”, digo. Saboreamos una paella de mariscos, acompañada de patatas bravas, y humedecida con un vinillo opaco y gustoso. “Ni las mujeres”, añade Isabel, y sin más trámites se pone a hablar de Cuentos, la más reciente publicación de Roberto Rubiano Vargas, escritor de culto, negro querido. Es una edición primorosa de la colección ‘Debajo de las estrellas’ del Fondo Editorial Universidad EAFIT. “Once cuentos, cada uno precedido por su respectiva viñeta, a manera de exhortación, aperitivo o moldura”, informa Isabel, y prueba las patatas.
“Rubiano es un maestro para tejer realidad con ficción”, prosigue. “¿Metalingüista?”. Isabel me mira despectiva. “Mejor te explico”, sonríe, al fin. “En El informe de Galves, ya un clásico de la literatura policíaca en Colombia, un joven escritor llamado Édgar Solano cuenta la historia del periodista Juan Ramón Galves que dedicó vida y obra a esclarecer una supuesta conspiración para matar a Gaitán, el 9 de abril de 1948. La realidad de Solano se entremezcla con las invenciones de Galves, y viceversa, en una intriga que a la postre se vuelve entrañable.” “Qué complique”, me quejo. “Para nada”, responde. Suspiro y pienso que cualquier día esta tipa me va a embelesar del todo con su condescendencia. ‘Tengo que dejar de ser tan sumiso’, pienso, pero no me hago caso. “El estilo de Rubiano fluye con nitidez”, dice, “las tramas encarretan, los personajes te seducen con su razón o su delirio, y el texto se desliza con naturalidad, pura punta del iceberg, a lo Hemingway”.
Me sirvo más vinillo y ojeo los cuentos. De pronto, mera libromancia, doy con esto en Arte poética, palabras más, palabras menos: ‘La literatura no es una distinción social, sino un exigente y difícil arte que nos absorbe la vida misma a cambio de sus dispensas. Al igual que Mefistófeles, nos atrapa en un pacto por el cual entregamos nuestra alma sin recibir nada a cambio, apenas el derecho de transmutar en sueños parte de esa vida que entregamos en pago’.
“Dos cuentos narran episodios ficticios de la Guerra de los Mil Días”, me instruye Isabel. “Oportunos, ahora que estamos a punto de rematar la Guerra del Medio Siglo”, digo, sin sarcasmo. “También, se recrean el asesinato de un extravagante profesor gringo en épocas del gobierno militar de Gurropín (Excelentísimo Teniente General Gustavo Rojas Pinilla), la amistad de un par de niños en Tierra caliente o el amor, torcido al martirio, en Muñeca de ébano”, dice. “Te recomiendo que leas a Rubiano, cazador cazado por sus propias invenciones”. “Ya lo leí”, replico con fatuidad. “Entonces hazme el favor de releerlo. A ver si aprendes”. “Olé”, protesto, y me despacho los restos del vinillo opaco y gustoso.
Rabito: Dos pájaros de un tiro: sin Farc no hay Uribe. Sí voto Sí.
