P. D. James es el nom de plume de Phyllis Dorothy James, baronesa de Holland Park, miembro de la Cámara de los Lores por el Partido Conservador desde 1991 hasta su muerte en 2014 y una de las escritoras más perspicaces, lúcidas e insólitas de novelas policiacas, ese (sub)género tan vilipendiado por moralistas, moralinos o moralejos y tan querido por millones de fans en el mundo entero.
Ella empezó a escribir al cumplir cuarenta años. Publicó su primer texto, Cover her face, en 1962: muy bien recibido por la crítica, aunque tiempo después P. D. dijo que era la menos favorita de sus obras. La baronesa era algo quisquillosa, pues en este libro apareció por primera vez una criatura excepcional: el comandante Adam Dalgliesh, protagonista de catorce de sus magníficas novelas negras.
Dalgliesh comenzó su carrera como Detective Chief Inspector hasta llegar a Commander en la Policía Metropolitana de Londres. Es un bicho raro: escribe poesía y sus poemas están compilados en varios tomos de difusión popular, lo cual lo convierte en una especie de starlet de Scotland Yard. Es introspectivo, mide un metro con 93 centímetros, viudo, cerebral, inteligente, valeroso, discreto y con sentido común. En sus propias palabras, es “el poeta que ya no escribe poesía. El amante que sustituye el compromiso por la técnica. El policía desilusionado de su oficio”.
Su equipo de trabajo es mínimo, pero de una eficiencia arrasadora. El inspector jefe John Massingham, especie de alter ego de Dalgliesh, atento, veraz, escrupuloso. La Inspectora Kate Miskin, de 27 años, recién incorporada a C1, unidad “organizada para investigar delitos graves que por razones políticas o de otra índole necesitan ser manejados con gran sensibilidad”. El doctor Kynaston, forense de indudable solvencia, “lo mejor de lo mejor” para cualquier cadáver. Y dos o tres correveidiles de servicio.
Ahora estoy leyendo Sabor a muerte (A Taste for Death), 1986, número 7 de la serie Dalgliesh. Es una novela gorda, como me gustan a mí, 550 compactas páginas con una letrica para espantar murciélagos. Está contada por un(a) narrador(a) omnisciente que se toma su tiempo para describir ambientes, personajes, situaciones, conjeturas, sospechas, recuerdos. Se apega a los hechos sin dejarse alterar por afanes ni temores. Cuando salió, The Times Literary Supplement dijo que “las tramas son complejas, sus pistas son siempre honestas y las soluciones surgen de manera sorprendente”. La erudición arquitectónica, forense y policial de P. D. es un estímulo adicional para la lectura.
A mí la morosidad en la narración me ha parecido no solo asombrosa sino exquisita. Al leer sus meticulosos párrafos no puedo dejar de exclamar “pero ¿qué es esto tan bueno?”, a riesgo de que mi mujer llegue a pensar que estoy viendo gifs de porno... ¡Búsquenla!
Rabito: “No subestime a la policía por lo que lee en los periódicos”. P. D. James. Sabor a muerte. Séptima edición, enero de 1989. Ediciones Versal.
Rabillo: La historia de Navidad más divertida que he leído en esta vida: Herejía, de Catherine Nixey, Taurus, 2024. Original investigación sobre las vidas de Jesús, el Cristo. No apta para camanduleros, dogmáticos o lambones del Vaticano.
Rabico: Y para la primera semana de enero: Los nombres de Feliza, de Juan Gabriel Vásquez. Alfaguara, 2024. Bellísima semblanza de la escultora Feliza Bursztyn en el estilo de un letraherido sin confusiones en su método de escritura ni en el significado de su literatura.