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Es un libro muy bien escrito, con la pericia estilística o narrativa que su autor ha sembrado y cosechado con talento, oficio, perseverancia, pasión, método, confianza. Un libro sobre un cura bueno.
Antes de seguir, me desahogo aquí. Para mí los sacerdotes de las religiones monoteístas o politeístas (curas católicos, pastores protestantes, rabinos judíos, monjes hinduistas, imanes musulmanes, etcétera) son individuos desechables.
Me gustaría ser ateo manso como el autor, pero soy ateo feliz. Con supersticiones, ni más faltaba. Jamás niego la existencia de Dios. Por el contrario, reconozco su ineludible presencia en cada rincón de Colombia, desde el lema de la Policía Nacional (Dios y Patria) hasta las lejanas campanadas de la iglesia de Santa Gertrudis en el parque de Envigado, Antioquia.
Dios es un mito hecho a imagen y semejanza de los humanos. Dios y/o los dioses son mera ficción. Como escribió Friedrich Engels: “Fuera de la naturaleza no existe nada, y los seres superiores que nuestra imaginación religiosa ha forjado no son más que otros tantos reflejos fantásticos de nuestro propio ser”. Punto aparte.
Los curas católicos perifonean por doquier su esquizofrénica doctrina de un dios subdividido en tres personas distintas (Padre, Hijo, Espíritu Santo) y una sola entelequia verdadera. Soy anticlerical furibundo: detesto a la clerecía desde cuando supe que monseñor Miguel Ángel Builes, aquel que en un sermón pontificó que matar liberales no era pecado, desterró a mi papá de Santa Rosa de Osos por la culpa monstruosa de no creer en las tinieblas de sus añagazas, ser masón o proclamarse librepensador en esa fértil comarca de boñiga de vaca, rila de gallina, fanatismo y “una total inopia en los cerebros...”. Ahora bien, ¿todos los curas son iguales? No, hay unos peores. Es un chiste, tranquilos. Este libro narra los últimos días del presbítero Luis Córdoba, el mejor crítico de cine de Medellín y alrededores, un cura casi tan anticlerical como yo.
El padre Luis Córdoba era sarabaíta, palabra escasa e insólita como conticinio o centón. “Monje que, por no sujetarse a la vida regular de los anacoretas y cenobitas, moraba en las ciudades con dos o tres compañeros, sin regla ni superior”. Aurelio Sánchez, relator del libro, lo puede atestiguar sin faltar al sigilo de la confesión.
Este es un libro hipocondríaco. Y un libro musical, pues Luis Córdoba era escucha y amante de óperas, cuyas arias más pertinentes a la narración se pueden oír al leer el libro gracias a códigos QR implantados en lugares precisos. Es un libro en clave para quienes desdeñan las claves. En sus páginas se entremezclan criaturas de fábula con seres reales, de carne y hueso, en íntima o seductora simbiosis, sin estrecheces ni contriciones. Un libro especular. Y es un libro con un final estremecedor, pleno de ternuras y saudades, entrañable, en donde la congoja de la muerte cede ante el ímpetu del amor.
Es un libro más bien escrito que el Diablo, válgame Dios. Con destreza literaria, honestidad intelectual y audacia ideológica. Este libro es Salvo mi corazón, todo está bien, de Héctor Abad Faciolince (Alfaguara, octubre de 2022). ¡Salud, Joaquín Restrepo!
Rabito: “Nota bene. Si alguien llegara a sospechar que esta historia se basa libremente en la vida de Luis Alberto Álvarez, un sacerdote extraordinario, un cura bueno de quien fue amigo, estaría en lo cierto”. Héctor Abad Faciolince. Salvo mi corazón, todo está bien, octubre de 2022.
