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Sangre, sudor y lágrimas

Esteban Carlos Mejía

16 de julio de 2010 - 10:09 p. m.

SALE UNO, ENTRA OTRO, Y LOS DE abajo nos desilusionamos o nos encandilamos.

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En 1962, por ejemplo, salió Alberto Lleras Camargo y entró Guillermo León Valencia: pasamos de las máquinas de escribir a las escopetas. Lleras Camargo era un escritor perdido en el jaleo de la política, circunspecto, diplomático, no baboso, nada melifluo. Por obra y gracia de los votos, le cedió el turno a Valencia, cazador de conejos en Popayán y sus alrededores, famoso por su “¡Viva España!” en el brindis de honor al presidente de la República Francesa, general Charles de Gaulle. La gente se tragó esa vaina sin chistar.

Paisa al fin y al cabo, Belisario Betancur fue, entre otras cosas, un gobernante gárrulo, es decir, un presidente hablador y charlatán. Hacía ruidos continuos en radio y televisión, con un refrán para cada ocasión y una ocasión para cada refrán. En 1986, atormentado por los fantasmas de la degollina del Palacio de Justicia y de la avalancha sobre Armero, le entregó el puesto a Virgilo Barco, que hablaba poco o nada, casi siempre en inglés, eso sí. Quedamos con la boca abierta.

Ahora, tras ocho años de crispación, el que sale es aún más garrulito y el que entra parece gago, aunque habla bien con las manos. Uribe, presunto mesías, piensa y actúa en diminutivos, consagrado a la satisfacción de sus desabridas obsesiones personales: la venganza contra las Farc y el hostigamiento a la oposición democrática. Santos quiere entrar a la Casa de Nariño por la puerta grande y no por el sótano. Con afán busca desmarcarse del estilo belicoso, montañero y revanchista del salgareño para implantar el talante modoso, ladino y marrullero de su clase social, esa oligarquía santafereña a la que detestan por igual Chávez y Uribe. De ahí los ministros que nombra, los viajes que hace, la “unidad nacional” y la “equidad parlamentaria”. Pero esos lujos “son solamente un disfraz, un juego burgués nada más, las reglas del ceremonial”, como clama la operática Evita Perón.

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Es el fetichismo del poder. Nos dejamos embelesar por lo adjetivo, lo secundario, lo trivial. Llegamos a creer que un presidente, solo en su soledad, será capaz de remediar los males de la nación y de conducirla hacia el bienestar y el progreso. Vana ilusión. Tendemos a fijarnos en lo que el fulano es en sí (capataz, mayordomo, finquero, golfista o magnate) y dejamos a un lado lo importante de verdad, la ideología que ese personaje encarna. En el caso actual esa doctrina es la del Consenso de Washington, o sea, el modelo económico neoliberal. Santos, con su picardía de clubman capitalino, lo reforzará ad nauseam. Y me temo, para nuestra desgracia, que eso sólo nos traerá sangre, sudor y lágrimas. Más sangre, más sudor, más lágrimas.

Rabito de paja: “La convivencia no es una política de picardías, es una obligación moral y es un concepto espiritual y es una interpretación alta y severa del liberalismo. Yo no he negociado, ni negocio, ni negociaré jamás con nadie una política de convivencia, sino que quiero, con todas mis fuerzas, procurar la convivencia entre los colombianos, ayudado por los jefes políticos o por encima y a despecho de ellos”. Eduardo Santos, tío abuelo del presidente electo, 1946.

Rabillo de paja: La pobre Íngrid no necesita una conciliación sino un psicoanálisis. ¡Urgente!

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