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El sábado 26 de julio, a las 20:25 horas de Buenos Aires, Argentina, María Eva Duarte subió a los cielos en cuerpo y alma, enviada allí por su creador, el general Juan Domingo Perón. Tenía 33 años. Un cáncer cervical se la llevó a la inmortalidad en cuestión de meses, aunque se suponía que iba a vivir para siempre en los corazones de millones de descamisados...
En vida, fue la Señora Abanderada de los Humildes, Dama de la Esperanza, Collar de la Orden del General San Martín, Vicepresidenta Honoraria de la Nación, Mártir del Trabajo, Patrona de la provincia de La Pampa, de la ciudad de La Plata y de los pueblos de Quilmes, San Rafael y Madre de Dios. Sin embargo, los milicos “le decían ‘esa mujer’, y en privado le reservaban epítetos más crueles. Era la Yegua o la Potranca, lo que en el lunfardo de la época significaba puta, copera, loca”. Ahora bien, lo que es la vida, ya muerta, se convirtió en regina mater misericordiae, reina madre de misericordia, ni más ni menos. Y en Persona, la inolvidable criatura de una novela también inolvidable, Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, a punto de cumplir 30 años de publicación con miles de lectores en múltiples idiomas.
Desde entonces el mito de Evita ha crecido “como crecen las sombras cuando el sol declina”, según proclama un versículo tallado en mármol en el pedestal de la estatua ecuestre de Simón Bolívar, alias ‘El Libertador’, en el parque que lleva su nombre en el centro (or downtown) de Medellín, ¡Antioquia!
¿Por qué un mito? “Poco a poco, Evita fue convirtiéndose en un relato que antes de terminar, encendía otro. Dejó de ser lo que dijo y lo que hizo para ser lo que dicen que dijo y lo que dicen que hizo”. Tomás Eloy enumera los elementos de su mitificación en el capítulo “Una mujer alcanza su eternidad”, página 183, de la primera edición en Biblioteca del Sur – Planeta, 1995: 1. Ascendió como un meteoro desde campesina flacuchenta y desabrida a starlet de cine, a Benefactora de los Humildes y a Jefa Espiritual de la Nación: reina, diosa, emperatriz. 2. Murió joven como otros grandes mitos argentinos. 3. Fue la Robin Hood de los años 40 del siglo XX. 4. Perón la amaba con locura. 5. Para mucha gente, tocar a Evita era tocar el cielo. 6. Lo que podría llamarse “relato de los dones”, la narración de sus incontables obras de beneficencia. 7. El Monumento al Descamisado, “el más alto, el más pesado, el más costoso del mundo”: inconcluso.
Tomás Eloy narra la novela a medida que la escribe y reflexiona sobre lo escrito por él mismo, la historia, el poder de la memoria, “el reino indestructible y desafiante de la ficción”. “Si la historia –dice, no sin perspicacia– es otro de los géneros literarios, ¿por qué privarla de la imaginación, el desatino, la indelicadeza, la exageración y la derrota que son la materia prima sin la cual no se concibe la literatura?” ¡Perfecto! Además, alguna vez descubrió que “narrar a Perón es un oficio inagotable” y que “nadie podrá escribir el libro definitivo”. Con Evita la vaina fue, es y será aún más inagotable, menos definitiva. Por tanto, ¡vítores y aplausos para Santa Evita de nuestros corazones!
Rabito: “Así como detestan ser desplazadas de un lugar a otro, las almas también aspiran a que alguien las escriba. Quieren ser narradas, tatuadas en las rocas de la eternidad. Un alma que no ha sido escrita es como si jamás hubiera existido. Contra la fugacidad, la letra. Contra la muerte, el relato”. Tomás Eloy Martínez. Santa Evita.