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Si dices mi nombre, morirás

Esteban Carlos Mejía

19 de octubre de 2019 - 12:00 a. m.

Mi amiga Isabel Barragán está de mal genio. Me manda un WhatsApp con el emoticón de una manito haciendo pistola, tan feroz como una guillotina. Y de ñapa, un texto: Imbécil. Demoro días, por no decir semanas, en apaciguarla. A la final, consiente en que la acompañe a una cita odontológica (¡!). Llegamos media hora antes. Ella, como siempre, despampanante, hermosa, fresca como una lechuga. Yo, achicopalado, con cara de cordero manso. Parecemos un matrimonio antiguo, ironiza sin piedad.

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Le digo que hablemos de literatura, la comunión que nos vivifica. Abre la cartera Louis Vuitton y saca Prohíbo decir mi nombre, la novela más reciente de Jaime Echeverri, en Intermedio Editores. ¿Qué es eso?, le pregunto con zalamería. Es el monólogo de la agonía de un presidente eterno, dice. ¿El de acá? Sí y no. Abanica las 232 páginas del libro y me explica que podría ser una novela en clave. ¿O sea?, digo. Esas en las que les ponen nombres imaginarios a personajes reales para curarse en salud. Pero no: a mí me parece una reinvención de la realidad en un país muy similar al nuestro. Una deliciosa y sólida recreación de la vida, pasión y muerte de cualquier caudillo.

Muy bonito el discurso, refunfuño, envalentonado por el aroma astringente de la sala de espera del consultorio. Pero, dime, ¿el caudillo de la novela es Uribe? El ladrón juzga por su condición, se resiente y temo que vuelva a hacerme pistola. En Prohíbo decir mi nombre el sátrapa nació junto al mar, “en una casa palafítica en la playa”. Entonces no es Uribe, digo yo. Estuvo en la escuela de artillería, pero se aburrió a los dos años porque en vez de caballos había tanques. No es Uribe. Tiene tres hijos, 89 años de edad y ha sido elegido ocho veces para períodos presidenciales de cinco años cada uno, o sea, 40 años mangoneando en el Poder. Eso quisiera Uribe. No recuerda haber leído un libro completo. ¡Es Uribe! No le gusta el cine. Uribe. No ha leído ninguna novela en su vida. Uribe, otra vez. Le encanta la música militar. El paupérrimo, sin duda. No resiste los conciertos de chelo o de violín o de piano. Todo un paquetazo, digo triunfante. Pero es blanco y ojiclaro, como tú, se mofa Isabel. Se llama Federico, como el nietecito que lo va a suceder…

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Ya te dije: no es un libro en clave, es una recreación, una obra de ficción, indica Isabel. Todo es ficción en este mundo, digo, a ver si se le mejora el humor. Quién quita, contesta mientras se refresca la boquita con un spray de Listerine. Es una estupenda diatriba, una formidable caricatura. Me hizo acordar de un clásico colombiano. ¿Un clásico?, me inquieto. Sí, El gran Burundún-Burundá ha muerto, la sátira antidespótica del poeta Jorge Zalamea Borda, publicada en 1952, mucho antes de que tú y yo llegáramos a este mundo que está lleno de duras razones, dice Isabel y suspira hasta la última gota de aire porque la secretaria le ha dicho que ya puede pasar. Buena fortuna y buen desempeño, le digo, sin pensar. Dedito arriba: ¡Púdrete!

Rabito: “Soy esclavo de mi necesidad de estar ocupado, de no tener tiempo para mirarme. Todo lo tengo que llenar, los minutos, las horas, los días, las noches, para no verme. Porque no sé qué sería de mí si me veo y solamente encuentro a un fantoche relleno de mierda”. Jaime Echeverri. Prohíbo decir mi nombre. Intermedio, junio de 2019.

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Rabillo: Ya decidí mi voto por alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia. Mis candidatos no tienen riesgo de ganar. ¡Estoy feliz de la moña!

@EstebanCarlosM

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