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Estoy leyendo un libro tan insólito que hasta mi amiga Isabel Barragán se negó a comentarlo conmigo. La llamé, le conté de qué se trataba y me colgó con ira santa: Te estás torciendo, ¡pirobo!
El libro se llama How to Be Rich, así en inglés, y fue escrito por J. Paul Getty en 1965. Ese año su autor fue calificado por la prensa norteamericana como el hombre más rico de Estados Unidos y, poco después, como el hombre más rico del mundo, algo así como Elon Musk o Jeffrey Bezos hoy en día, sólo que el viejo Getty no era cohetero ni librero sino petrolero. Nació en 1892 y murió en olor de santidad en 1976, a los 83 años de edad.
Desde muy joven trabajó en pozos petroleros, bajo la tutela de su papá, un fulano con una moderada fortuna, conseguida a punto de trabajar y trabajar y trabajar. En 1914 Jota Paul compró su primer pozo en Oklahoma, inversión que le trajo resonantes beneficios. Se asoció con su padre (70 % para el cucho y 30 % para él) en un joint venture que a la larga resultó megaexitoso para ambos. En plena Depresión de 1929, contra los consejos de todo mundo, en vez de vender sus propiedades y deshacerse de lo que había conseguido, se dedicó a comprar acciones en la séptima compañía petrolera de ese tiempo, la Tidewater Associated Oil Company, hasta controlarla por completo en 1952.
En su libro Getty sostiene tres o cuatro veces que se hizo rico por pura suerte. De chiripa, pues. Yo le creo. No desamparaba a los operarios, convivía con ellos en sus campamentos, pagaba salarios justos y tenía en cuenta sus opiniones, cargadas de sabiduría proletaria. De hecho, lo adoraban. Era iconoclasta, rebelde sin causa, astuto, perseverante, la mente abierta a descubrimientos y avances tecnológicos. Los tiburones de la riqueza lo detestaban. Cuando ya tenía suficientes acciones para estar en la junta o en la gerencia de la Tidewater, uno de los directivos resopló con inquina: “Paul Getty debería quedarse en el lugar al que pertenece: una plataforma de perforación”. Parte del precio de nadar contra la corriente es el desprecio de los que se dejan arrastrar por la opinión pública.
Leo lo que he escrito y me detengo un instante para pensar que a lo mejor Isabel tenía razón. ¿De veras me estaré torciendo? La eventual redención de Getty por la acumulación de sus milloncejos ocurrió en la mitad de la vida. ¡Se dedicó a coleccionar obras de arte! Arte egipcio, babilónico, etrusco, griego, romano: estatuas de Venus, bustos de emperadores romanos, tumbas de guerreros atenienses, lápidas, joyas, objetos con cuatro o cinco siglos de antigüedad. Y también pinturas de Rubens, Ticiano, Renoir, Tintoretto, Degas o Monet. Compras sin ánimo de lucro, sólo por el placer de coleccionar.
Prueba de ello, en 1970 compró un terreno al nordeste de Los Ángeles, California, y ordenó la construcción de una réplica de la Villa de Papiri, en Herculano, una ciudad cercana a Pompeya, destruidas ambas por una erupción del volcán Etna. Hoy esa Getty Villa es un museo frecuentado por no menos de 500.000 personas cada año. Buena parte de la colección del multimillonario está allí, abierta al público, cuidada con devoción y venerada con honestidad y modestia. Una herencia espléndida. Por eso, quizás, valga la pena leer How to Be Rich. Aunque mi sexy Isabel se emp…, digo, se enoje.
Rabito: “El necio sólo conoce el mal cuando ha llegado”. Homero. La Ilíada Canto XX, versos 178-198.
