Rabo de paja

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Esteban Carlos Mejía
28 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.
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Es Nochebuena, pero la llamada no me trastorna. Necesito hablarte de la novela más hermosa de este año, dice mi amiga Isabel Barragán. Y eso que leí libros hermosísimos, aclara en seguida. Entre los voladores y los globos de Envigado, los gritos de contento de los borrachines y las exclamaciones de dicha de los niños por sus traídos del Niño, Papá Noel o Santa Claus, trato de concentrarme en el celular.

Se llama Cómo maté a mi padre, la primera novela de Sara Jaramillo Klinkert, dice Isabel. En Angosta Editores, noviembre de 2019. 255 páginas. Es una amalgama de ficción y testimonio, que estremece con la transparencia del lenguaje y la sinceridad del relato. ¿De qué se trata?, pregunto por preguntar. ¿Estás borracho o qué?, contesta por contestar. No te voy a decir. Odio los spoilers. Claro, claro, claro, me disculpo. Son 255 páginas de melancolía dura y palpable: te trituran con la crudeza de las escenas, con lo irreversible del destino. Dame una pista, le suplico, mientras las tracas de pólvora estallan a lo lejos.

El 17 de mayo de 1991 un sicario, supuestamente encomendado a la Virgen de la Milagrosa, mata al papá de Sara, un reconocido abogado en Medellín. A partir de ese día aciago y sin retorno, Sara va desgranando las remembranzas de su orfandad: desesperanza, miedos, resistencia, silencios, sueños, utopías. Isabel hace una pausa. Todo está narrado con sutileza en un encadenamiento de alegrías y tristezas, desde la infancia feliz en una finca feliz hasta la decisión de matar al padre, de sacarlo de su memoria, de borrarlo de su conciencia. Oye esto, dice Isabel, y lee uno de los últimos párrafos de la novela: “Te mato porque estoy cansada de intentar mantenerte vivo en mi cabeza. Te mato para que puedas vivir en este libro. Tu ausencia es como un hueco que nunca se llena, un hueco vacío que no quiero seguir mirando porque eso es algo que he hecho hasta cansarme. Es hora de mirar hacia otra parte”. (pág. 252)

¿Ese matar es metafórico, cierto?, pregunto, no sin incomodidad. Allá tú, ñoño. Para mí es una metáfora muy terrenal, dice. No hay melodrama paisa: ni hecatombes, ni ubérrimos, ni sindéresis. Está escrita sin ínfulas, ni filigranas apostólicas. Con curiosidad y deseo, amor y ternura, esplendor y claridad. Y si bien el protagonista es el papá de Sara, la novela no tendría la gracia que tiene sin la mamá. No la madre ni, mucho menos, la progenitora. No, la mamá. Una mujer sublime, irrepetible, la criatura más preciosa de este mundo.

Isabel suena conmovida. Insisto, dice, Cómo maté a mi padre es una novela sin ínfulas, o sea, sin vanidades pretenciosas. Al pan, pan. Al vino, vino. Sin arandelas: las cosas como son. Y siempre con la perspicacia de la veracidad. No apta para quienes disimulan, reprimen o tergiversan los sentimientos. En tres palabras, un texto bellísimo. Ojalá te guste, Mejillón, dice Isabel y me manda tres o cuatro piquitos de feliz Navidad.

Rabito. Primeras fórmulas para elecciones de 2022:

Presidente: El que diga Uribe. Vicepresidente: El que diga Uribe.

Sergio Fajardo-Jorge Enrique Robledo.

Ángela María Robledo-Camilo Romero. (O viceversa).

Gustavo Petro-Nicolás Petro.

Rabillo. Ya que nadie me está preguntando, digo que el VI Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2019 debería ser para El agua de abajo, de Juan Leonel Giraldo. (Penguin Random House). Así sea.

@EstebanCarlosM

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