Nada mejor para empezar este año que hablar de poesía y poetas. Cuando yo era chiquito había en Medellín una revista incomparable (sic). Se llamaba Acuarimántima, como el poema de Porfirio Barba Jacob, aquel que clama no sin despecho y amargura: “Vengo a expresar mi desazón suprema / y a perpetuarme en la virtud del canto”. Los poetas jóvenes publicaban allí y sus lectores, empedernidos azotacalles del centro de Medallo, amábamos sus escritos. Y no queríamos ni podíamos olvidarlos.
Entre todos había uno que no era universitario, ni intelectual, ni santo, ni demonio: Helí Ramírez (1948-2019). Trabajador del Instituto de los Seguros...
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